Artículo publicado por Vicenç Navarro en la revista digital SISTEMA, 28 de mayo de 2010
Este artículo señala que la llamada crisis del euro no radica en el inexistente despilfarro de gasto público y supuesta escasa disciplina fiscal de los países periféricos –Grecia, Portugal, España e Irlanda- sino en la escasa demanda doméstica de los países del centro (y muy en particular de Alemania) consecuencia de la gran reducción de las rentas del trabajo en aquellos países, y exuberante explosión de las rentas del capital que se dedicaron primordialmente a comprar deuda pública de los países periféricos (enormemente endeudados) y a prestar dinero a los bancos de estos últimos países, facilitando la aparición de burbujas especulativas. La gran recesión no se resolverá a base de austeridad en los países periféricos sino mediante un aumento de la demanda (resultado de la recuperación de las rentas del trabajo) de los países centrales y periféricos.
Estamos viendo estos días una enorme avalancha por parte del establishment europeo (Consejo Europeo, Comisión Europea y Banco Central Europeo), acentuando la necesidad y urgencia de que los países periféricos –Grecia, Portugal, España, e Irlanda- sigan políticas de gran austeridad de gasto público (incluyendo gasto público social, disminuyendo así su protección social) moderando a su vez sus salarios (a través de una gran desregulación de sus mercados de trabajo, que en la práctica significa posibilitar una gran reducción salarial). Todas estas medidas se presentan necesarias para ayudarles a salir de la Gran Recesión y evitar también el contagio a otros países de la UE y, por ende, cuestionar la propia existencia de la unidad monetaria y del euro. El mensaje que se transmite en esta avalancha es que los países periféricos, debido a su indisciplina por un lado, y excesiva exhuberancia del gasto público, por el otro, han creado un enorme problema de exceso de deuda (tanto pública como privada), que dificulta la salida de la recesión, no sólo de ellos, sino de toda la eurozona y de la UE, amenazando la propia viabilidad del euro. Esta interpretación, sin embargo, es profundamente errónea, pues el mayor problema que tiene la eurozona y la UE no está en la periferia sino en el centro, es decir, en Alemania. La pieza clave y problemática de la Eurozona es Alemania, no Grecia, ni Portugal, ni España, ni Irlanda. Veamos los datos.
Alemania ha estado en una situación estancada desde hace ya quince años. En realidad, su crecimiento económico anual ha sido (durante el periodo 1990-2009) mucho menor que el crecimiento de los países periféricos. Y en los últimos años (2007-2009) el descenso del PIB alemán ha sido mucho más acentuado que en los países periféricos (excepto Irlanda). En 2009, la tasa de descenso del PIB fue un -4,3% (uno de los más acentuados en la UE-15). El desempleo desde el 2004 al 2007 fue mayor que el de los países periféricos, aún cuando España y Portugal le sobrepasaron a partir de 2008, siendo, a partir de aquel año, el desempleo ligeramente superior en Portugal y Grecia y muy superior en España. La tasa de inversión de capitales (“Gross Fixed Capital Formation as % of GDP”) fue en Alemania, durante el periodo 1995-2008, más baja que en los países periféricos (siendo España, el que durante estos últimos años tuvo mayores inversiones).
Y un indicador de gran importancia, pues explica en gran manera el escaso crecimiento económico de Alemania, es que la demanda causada por el consumo doméstico (“household consumption”) en Alemania fue más baja que la de los países periféricos.
Esta baja demanda ha sido constante desde 1995 y se debe al estancamiento de los salarios y de los costes laborales. Sólo España ha tenido un menor crecimiento, lo cual no puede atribuirse, en el caso alemán, a un estancamiento de su productividad. En Alemania, la productividad ha crecido, aún cuando el crecimiento ha sido menor que en la mayoría de los países periféricos (excepto España). Resultado de que la productividad ha crecido más rápidamente que los salarios (lo cual ha ocurrido también en España) vemos que el porcentaje de las rentas del trabajo como porcentaje de las rentas totales ha ido descendiendo, siendo Alemania –junto con España- el país donde tal descenso ha sido más acentuado durante el periodo 1995-2008.
Las rentas del capital, sin embargo, han crecido astronómicamente en Alemania (lo cual también ha ocurrido en España). Ello se traduce en que la capacidad de ahorro también ha aumentado considerablemente. Pero este ahorro procede del capital exportador y de las rentas superiores. Puesto que la demanda interna no ha sido el motor del crecimiento económico, tal crecimiento se ha basado durante el periodo 1995-2008 en las exportaciones. Alemania es uno de los países más exportadores del mundo (junto con EEUU y China). Ahora bien, es importante aclarar que la competitividad del capital exportador no se debe a una mayor inversión, sino a un crecimiento salarial muy reducido. Ahí está la clave de la economía de las exportaciones alemanas. Ahora bien, para que Alemania exporte se requiere que otros países importen. Y la mayoría de los países que compran los productos alemanes son de la UE. Dos terceras partes de las exportaciones se dirigen a los países de la UE, incluyendo los países periféricos, que naturalmente pagan en euros. Una consecuencia de ello es que Alemania tiene millones de euros a su favor en la balanza comercial y en su balanza de pagos. ¿Y qué ha hecho Alemania con este dinero?
Una opción, que era la que Oscar Lafontaine, entonces Ministro de Economía del gobierno Schröder deseaba realizar, era distribuir este dinero en Alemania entre los trabajadores y aumentar el gasto público social. Ello hubiera aumentado la demanda interna, estimulando la economía de Alemania y la de otros países de la UE, incluyendo los países periféricos, pues las clases populares alemanas habrían incrementado el consumo de productos más baratos, procedentes de los países periféricos europeos, disminuyendo a la vez la excesiva importancia de las exportaciones sobre la economía alemana y su excesiva balanza de pagos positiva. No era bueno, ni para Alemania ni para la UE, que hubieran unas diferencias tan marcadas en la balanza comercial y de pagos de los países de la Unión.
El gobierno Schröder, sin embargo, no aceptó esta alternativa (causa de que Lafontaine abandonara el gobierno y el partido social demócrata). En su lugar, y en respuesta a la enorme influencia de la banca alemana, del Banco Central Alemán (Bundesbank) y del mundo empresarial exportador, decidió gastarse la enorme plusvalía del euro en: 1) comprar deuda externa de los países periféricos a intereses muy favorables 2) prestar dinero a la banca de los países periféricos, que se endeudaron hasta la médula –realizando actividades claramente especulativas, como las inmobiliarias en España, contribuyendo a la creación de las burbujas inmobiliarias- y 3) invirtiendo directamente en actividades especulativas, la mayoría también inmobiliarias, destrozando, por cierto, partes de la costa mediterránea con planes de viviendas de carácter especulativo. En realidad, esta exportación de dinero (euros) se acentuó con la compra de deuda pública de los países periféricos, pues se consideró tal compra como una gran ganancia, creando una cierta burbuja de deuda pública (y también privada). A los gobiernos de los países periféricos les era más fácil pedir prestado dinero a los bancos alemanes (y franceses) que aumentar los impuestos de las rentas superiores, muchas de ellas escasamente gravadas, contribuyendo en gran manera al fraude fiscal. La elevada regresividad fiscal y el fraude fiscal eran las características de las políticas fiscales de los países periféricos.
Esta exportación de dinero alemán, prestado o invertido en el extranjero, llegó a representar más del 25% del capital bancario alemán, lo cual ya es una cifra más que respetable. La dependencia de la banca alemana de estos fondos era muy grande. Y ahí radica parte del problema. No es bueno para la UE, ni tampoco para Alemania, que haya unas desigualdades de renta tan acentuadas dentro de Alemania y dentro de la UE. No es bueno que las clases populares alemanas tengan tan poca capacidad de demanda (que estimule la economía) y no es bueno que Alemania tenga tanto dinero para exportar y que los países periféricos tengan tan poco para importar, endeudándose tanto. Se crean así enormes dependencias que debilitan a todo el sistema europeo. En este momento, la banca alemana, la francesa y la de otros países del centro de la Eurozona, han prestado 1,4 trillones de euros a los países periféricos (una cantidad imposible de pagar por parte de los países periféricos). Y ahí está el problema. La banca alemana y sus aliados en el establishment europeo, incluidos el BCE y el FMI, han puesto como objetivo central de la recuperación económica el forzar a los países periféricos a que paguen sus deudas, tanto públicas como privadas, a sus bancos. Y el objetivo fundamental de la mal llamada ayuda a los países periféricos por parte de la UE y del FMI es, en realidad, ayuda a los bancos alemanes (franceses y de otros países del centro de la Eurozona), prestándoles dinero a los estados periféricos para que paguen su deuda.
Esta situación podría haberse prevenido si se hubiera seguido otra vía, tal como apuntó Lafontaine en su día. Y tal como pidieron las izquierdas en España en 1993. Recordemos que en 1993, las izquierdas fueron marginadas, tanto dentro del gobierno PSOE como fuera de él. La reducción del déficit del estado (necesario según el Pacto de Estabilidad) se hizo a base de reducir el gasto público y de aumentar el endeudamiento privado, en lugar de aumentar los impuestos, realizando la muy necesaria y siempre pospuesta reforma fiscal progresista, tal como habían pedido las izquierdas. Es más, en lugar de redefinir el Pacto de Estabilidad, estimulando más el componente de crecimiento, se siguieron políticas monetarias de escaso impacto estimulante. El crecimiento económico en España pasó a estar centrado en el endeudamiento privado y de carácter especulativo. Y así estamos.
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