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Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Pensamiento Crítico” en el diario PÚBLICO, 3 de junio de 2014

Este artículo señala que la abdicación del Rey es un indicador del fin de un régimen iniciado durante una transición que fue inmodélica.

El mensaje que el establishment español (es decir, la estructura de poder financiero, económico, político y mediático) ha estado promoviendo veinticuatro horas al día, trescientos sesenta y cinco días al año, y treinta y seis años de democracia, es que, como resultado de una Transición modélica, España ha gozado de una democracia homologable a cualquier democracia europea occidental que, bajo la dirección y tutela del Rey de España, ha alcanzado unos niveles de bienestar y calidad de vida semejantes, cuando no mejores, que los del resto de la comunidad a la cual España pertenece, la Unión Europea. El Rey, que derivó su poder del que le dio el Dictador, fue el arquitecto de unas instituciones representativas y democráticas que, en realidad, significaron una ruptura con el régimen anterior. Hasta aquí la visión idealizada de la Transición, de la democracia que produjo y del papel del Monarca en aquel proceso, visión que los mayores medios de información y persuasión han repetido constantemente durante estos años. La nula diversidad ideológica de los medios (con una discriminación marcadísima en contra de las izquierdas) explica que esta visión se haya convertido en la sabiduría convencional del país.

Los datos, que son testarudos, y que están ahí para aquellos que quieran verlos, muestran, sin embargo, la enorme falsedad de esta visión. En primer lugar, la Transición distó mucho de ser modélica. No lo fue, ni tampoco podía serlo. Los herederos de aquellos que dieron el golpe militar de 1936 y de la dictadura que estableció, controlaban los aparatos del Estado. Capitaneados por el Monarca, tenían todas las estructuras de poder –incluidos los medios- a su disposición. Los sucesores de aquellos que habían defendido la República, y habían sido vencidos por los golpistas (que habían ganado con el apoyo de Hitler y Mussolini) y, más tarde, fueron brutalmente represaliados (por cada asesinato político que llevó a cabo Mussolini, Franco cometió 10.000), acababan de salir de la clandestinidad, de la prisión y/o del exilio. No podía darse un desequilibrio mayor entre las derechas, lideradas por el Rey, y las izquierdas, que habían liderado las fuerzas democráticas en la resistencia frente a la dictadura. Era absurdo esperar que una relación tan desequilibrada como la existente en el periodo 1975-1978 entre las derechas y las izquierdas pudiera dar como resultado productos –la Transición y la democracia que estableció- modélicos. En realidad, dicho desequilibrio de fuerzas creó una democracia enormemente limitada, y un Estado del Bienestar dramáticamente insuficiente.

La democracia incompleta y el bienestar insuficiente

Hay múltiples indicadores de las insuficiencias de la democracia española. Uno, entre miles, ha sido la enorme protección que los medios siempre han dado a la figura del Rey. En ningún otro país el Jefe del Estado ha sido tan promocionado como en España. Durante muchísimos años no se pudo hacer una crítica a la Monarquía o al Monarca, y tampoco se podía enarbolar la bandera republicana. Recordaremos el hecho lamentable, bochornoso y vergonzoso del Presidente de las Cortes españolas, el socialista José Bono, de prohibir a los luchadores por la libertad (defensores de la República, en contra de los fascistas golpistas, que habían sido invitados a estar presentes en las Cortes) que llevaran banderas republicanas. Era más que simbólico que fuera un socialista, José Bono, el que propusiera tal prohibición. La incorporación del socialismo español a aquel Estado, mediante unas leyes que favorecían el bipartidismo, fue un elemento clave para la reproducción de aquel sistema democrático de tan pobre calidad.

Otro indicador de la escasa calidad del sistema democrático ha sido la escasísima conciencia social del Estado español. 35 años y medio de democracia, y España continúa teniendo uno de los gastos públicos sociales por habitante más bajos de la UE-15, el grupo de países de mayor riqueza de la UE. El hecho de que España se gaste mucho menos que el promedio de la UE-15 en las transferencias públicas (como las pensiones públicas) o en los servicios públicos del Estado del Bienestar (como la sanidad, la educación, los servicios sociales, la vivienda social, los servicios domiciliarios, las escuelas de infancia, y un largo etcétera), se debe precisamente a la enorme influencia que las clases más pudientes de la sociedad tienen sobre el Estado, un Estado que está entre los más pobres, más corruptos y más insensibles a las necesidades ciudadanas de la UE-15.

El fin de esta etapa

Pero estamos hoy viendo el fin de esta Transición. Nunca antes, durante el periodo democrático, el Estado español había perdido tanta legitimidad. Hoy, el rechazo de la población hacia las instituciones democráticas y hacia la clase política está generalizado. El famoso eslogan del movimiento 15-M “No nos representan” se ha convertido en un eslogan generalizado. La escasa calidad democrática del Estado explica que los partidos gobernantes (todos ellos próximos al establishment financiero y económico) estén llevando a cabo políticas públicas (recortes del gasto público social y descenso de los salarios) que no estaban en sus programas electorales. La carencia de un mandato popular explica no solo la indignación, sino también el rechazo y rabia frente a tales instituciones. Es importante subrayar que este rechazo no se traduce en una animosidad hacia la democracia, sino en una protesta por su constante tergiversación por parte de la clase política que la dirige. Hoy, el declive del bipartidismo y su sustitución por una pluralidad de partidos, en los que la izquierda contestataria puede alcanzar la mayoría con un gran apoyo popular, representan una amenaza para la permanencia de ese régimen. El descrédito de las instituciones herederas de la inmodélica Transición representa su principal amenaza. De ahí deriva el deseo de hacer cambios significativos en cuanto a los personajes que la hicieron –tales como el Rey-, para presentar la imagen de que hay una transformación que les puede salvar del posible fin del régimen. La abdicación del Monarca en favor de la figura de Felipe es un paso importante en esta dirección.

El reto para las fuerzas democráticas

Hoy, el grado de enfado y el rechazo de la mayoría de la población hacia el Estado español es mayoritario. Todos los indicadores muestran que el establishment político y mediático, radicado en la capital del reino, está perdiendo su capacidad de movilización y persuasión. Sus instrumentos, como los grandes medios de información, también han alcanzado unos niveles de falta de credibilidad nunca vistos antes en el periodo democrático. Se les ve más y más como portavoces de ese establishment. Y el nivel de agitación es elevadísimo. Hace solo unos meses, unos dos millones de personas en las Marchas de la Dignidad se reunieron en Madrid, en una manifestación llena de banderas republicanas, enarboladas en pleno desafío hacia las autoridades del Estado central que les había prohibido enarbolarlas. Hoy está ocurriendo aquello que la estructura de poder tiene más miedo de que ocurra: que la población pierda el miedo. El aumento tan notable de la represión es un indicador de ello.

Esta agitación es fruto del agotamiento de los productos que resultaron de la Transición inmodélica. Un Estado con poca conciencia social y un Estado jerárquico, excluyente y radial, que se ha opuesto a la redefinición de España como entidad plurinacional en la que los pueblos y naciones de España estén unidos voluntariamente, y no por la fuerza, una España en la que el derecho a decidir esté generalizado en todo el Estado y a todos los niveles. De ahí la enorme urgencia de que las auténticas fuerzas democráticas dejen a un lado sus sectarismos y diferencias y que trabajen juntas para hacer posible una ruptura real con el sistema heredado de la dictadura, con un cambio en las relaciones de fuerza entre las clases sociales y con una visión diferente de lo que es España. Para ello es necesaria una gran movilización (pacífica) de la población, pues cuando el pueblo se mueve, puede mover montañas. Nunca hay que olvidar que mientras que Franco murió en la cama, la dictadura murió en la calle. Y la segunda Transición, a una España republicana, justa, plural y democrática, requerirá una movilización semejante. Pero la historia del país muestra que ello es posible.

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