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Artículo publicado por Vicenç Navarro en el diario digital EL PLURAL, 8 de julio de 2014, y en la columna «Pensamiento Crítico» en el diario PÚBLICO, 15 de julio de 2014

Este artículo critica una postura generalizada de personas que se autodefinen como republicanas pero que en cambio apoyan a la Monarquía en España, aduciendo que es mejor tener a un Rey como Juan Carlos I o ahora Felipe VI, que a un Presidente de la República como José María Aznar o Esperanza Aguirre.

Uno de los argumentos que encuentro más sorprendente de los muchos utilizados por autores republicanos que favorecen el mantenimiento de la Monarquía, es el de que es mejor tener como Jefe del Estado a un Rey como Juan Carlos I o ahora Felipe VI, que a un José María Aznar, que daría una imagen de España, como Presidente de la República, peor que la que pueda dar el Rey Felipe VI.

Por mucho que me desagrade la visión de una España republicana presidida por José María Aznar o, incluso peor, por la Sra. Esperanza Aguirre (las figuras en España más próximas al Tea Party de EEUU), les prefiero a ellos antes que al Monarca como Jefe de Estado. Esta preferencia no se debe a que considere a los personajes que podrían ocupar ese cargo más atrayentes que al Rey, sino al hecho de que uno (el Presidente de la República) es un cargo electivo y el otro (el Rey) no. Esta diferencia es fundamental, y me sorprende que personas que se consideran, y son, demócratas, prefieran que la jefatura del Estado sea vitalicia en lugar de un cargo electo.

Que un cargo sea vitalicio implica toda una cultura cortesana, vertical y clientelar. Toda monarquía tiene una corte, se formalice esta o no. Y lo que ha ocurrido con la Monarquía actual es un claro ejemplo de ello. En contra de lo que se ha dicho con gran frecuencia, el Rey Juan Carlos estableció una corte, que no siempre fue formalizada por títulos nobiliarios. Varios libros han documentado el círculo de amigos del Rey, que representan, todos ellos, intereses financieros y económicos de gran peso en el país, con los cuales la Monarquía ha establecido una complicidad en sus comportamientos. José García Abad, director de la revista El Siglo, ha escrito un detallado y excelente estudio, La soledad del Rey, sobre estas redes que nunca aparecen en los medios, resultado de una gran protección mediática hacia la figura del Rey, comportamiento que es claramente antidemocrático, siendo un símbolo más de la baja calidad de la democracia española.

Un cargo vitalicio de tal magnitud conlleva una corte que reproduce una cultura y unos comportamientos antidemocráticos, como ha ocurrido en España. Muchos libros documentan las relaciones existentes entre las empresas del IBEX y los mayores bancos de España, y el Monarca, habiendo sido estos grupos empresariales los mayores defensores de la Monarquía, defensa que ha incluido apoyo económico y financiero, gran parte de él de dudoso origen y procedencia (ver el artículo de Belén Carreño “La Corte del Rey Juan Carlos y el capitalismo de amiguetes”, Eldiario.es, 02.06.14, y el excelente informe sobre la Monarquía de uno de los diarios digitales más interesantes en nuestro país, cafèambllet.com, junio 2014). Y uno de los últimos actos del Rey fue reunirse con elementos clave de la gran patronal financiera e industrial para indicarles que “siempre os apoyaré y estaré con vosotros”.

Todos estos documentos muestran que la Monarquía fue, ha sido, es y continuará siendo el centro de los establishments financieros y económicos del país. De ahí que si la Monarquía dejara de existir sería un golpe muy importante para ellos. En realidad, la Transición se hizo en términos muy favorables a estos establishments, los cuales deseaban integrarse al euro, siendo conscientes de que la dictadura era un obstáculo para ello. Las fricciones entre la Monarquía y el componente más cavernícola del aparato del Estado (cuyas tensiones con el Monarca se han presentado como prueba de la vocación democrática del Monarca que lideró la Transición) no deberían ocultar que el objetivo principal de la Monarquía era sostener el poderío de aquellos establishments financieros y económicos que le dieron pleno apoyo, manteniendo su dominio sobre la vida económica del país, así como sobre la vida política y mediática.

Ni que decir tiene que, basándonos en la experiencia derivada de los mandatos del Sr. Aznar, este, como Presidente de la República, podría dañar gravemente el bienestar de la población española, estableciendo redes clientelares a su alrededor. Pero la gran diferencia es que al ser elegido, también podría ser “deselegido”, lo cual no ocurre con el Monarca. E igualmente importante, sería más difícil que los medios actuaran con el servilismo y complicidad que han mostrado hacia la figura del Rey.

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