oct 06

Artículo publicado por Vicenç Navarro en el diario digital EL PLURAL, 6 de octubre de 2014, y en la columna «Pensamiento Crítico» en el diario PÚBLICO, 8 de octubre de 2014.

Este artículo muestra los errores y/o manipulaciones frecuentes que aparecen en artículos de los mayores medios de información españoles en la presentación e interpretación de indicadores económicos y sociales.

Estadísticas que no son suficiente para definir problemas sociales

La narrativa mediática constantemente utiliza un estilo de lenguaje que intenta sintetizar problemas sociales complejos en indicadores que por su naturaleza simplifican la realidad que intenta describirse. Ello se debe no tanto a una manipulación, sino a las limitaciones en los conocimientos de los que utilizan las estadísticas. En España hay muy pocos periodistas que hayan recibido formación en temas económicos y sociales, lo cual se nota en los grandes déficits que aparecen en la información proveída por tales medios.

Permítanme dos ejemplos. El País publicó recientemente un informe sobre la situación de la sanidad en España, utilizando una serie de indicadores que permitían al lector concluir que la situación no está tan mal como parecería si se atendiera solo a la información proveída por los movimientos sociales que se están agitando por el tema de los recortes del gasto público sanitario. Para llegar a esta conclusión, el periodista de El País comparaba lo que se gasta España en sanidad con lo que se gastan otros países de semejante nivel de desarrollo económico, concluyendo que España se gasta en sanidad una cantidad parecida a la de estos países. Los indicadores que utilizaba, sin embargo, eran insuficientes para llegar a esta conclusión. Coger el gasto sanitario total como porcentaje del PIB en una situación de recesión económica, cuando el PIB (el denominador del índice) está descendiendo, da una imagen artificialmente elevada de la tasa de gasto, pues su aumento se debe no al incremento del gasto (el numerador), sino al descenso del PIB (el denominador). Pero más grave aún que este error es centrarse en el gasto total y no en sus componentes, es decir, gasto sanitario público versus gasto sanitario privado. La gran mayoría de la población utiliza la sanidad pública. Pues bien, España es uno de los países de la Unión Europea de los Quince (el grupo de países de semejante desarrollo económico al español) que tiene uno de los gastos sanitarios públicos por habitante más bajos de la UE-15, lo cual ocurre no solo en sanidad, sino en todos los capítulos del Estado del Bienestar. España está a la cola de la Europa social, un mensaje que decididamente no transmitía aquel artículo tranquilizador. En realidad, España se gasta mucho menos en sanidad pública de lo que debería gastarse por el nivel de riqueza económica que tiene, situación que ocurre en todos los servicios públicos del escasamente financiado Estado del Bienestar español. Una consecuencia del bajo gasto sanitario público es que España tiene el mayor gasto sanitario privado, habiéndose creado un sistema polarizado por clase social, de manera tal que el 30% de renta superior de la población utiliza la sanidad privada, y el restante 70% utiliza la sanidad pública. Este sistema es poco eficiente y escasamente eficaz, pues, aun cuando la sanidad privada es mejor que la sanidad pública en atención al usuario, confort y listas de espera, la pública es mucho mejor en calidad y riqueza tecnológica que la privada. De ahí que aconseje al lector que vaya a la pública si está enfermo de verdad. Lo que España debería tener es un servicio público de salud que tuviera las comodidades de la sanidad privada junto con la calidad de la pública, pero ello requiere un gasto público mucho mayor que el existente.

Otro error metodológico que subestima el nivel de pobreza en un país

Otro ejemplo de distorsión de la realidad mediante el uso de estadísticas es la definición de pobreza. Esta se puede definir de muchas maneras. Una de las mejores maneras de hacerlo es, como lo hace el gobierno estadounidense, definiéndola en base al nivel de ingresos que una familia debería tener para mantener un nivel digno de consumo definiendo cada uno de los términos utilizados en tal definición). Siguiendo este criterio, el gobierno de EEUU concluye que el 15% de la población estadounidense es pobre. Y puesto que este porcentaje ha permanecido casi constante, se concluye que esta población estancada en la pobreza es la misma durante todo el periodo de análisis, diseñándose a partir de ahí toda una serie de políticas para ayudar a ese 15% a salir de la pobreza. Esta es también, por cierto, la manera como se define la pobreza en muchos países, y la mayoría de medidas –como la renta básica- que están orientadas a ayudar a la población a que salga de la pobreza se basan en esta concepción de dicha pobreza.

El problema con tal definición (y con tales medidas) es que se mide el porcentaje de la población que en un momento determinado es pobre (o se autodefine como pobre). Pero no se considera la totalidad de pobres en un periodo, como por ejemplo, todo un año. Es decir, la cifra del 15% es una fotografía de un momento determinado pero, como toda fotografía, la imagen que transmite es estática. De ahí que no recoja lo que ocurre en la población.

Ahora bien, cuando se analiza la pobreza durante todo un año, comparando cuánta gente no solo está, sino que ha estado en situación de pobreza durante ese periodo, se puede ver que en EEUU nada menos que el 40% de la población (de entre 25 y 60 años) ha estado en situación de pobreza. Esto muestra que la pobreza no es un problema minoritario que afecte solo al 15% de la población, sino que es un problema que incluye a casi la mitad de la población, es decir, un problema mayoritario.

De esta realidad se puede concluir que la pobreza está en todas partes, pues existe, silenciosa y silenciada, en casi todos los barrios de una ciudad y de un pueblo, y no solo en los barrios “pobres”. La pobreza es un problema de casi el 40% de la población, lo que indica que el riesgo de pobreza abarca a la gran mayoría de ella. Este hecho queda enmarcado en la manera como se define el nivel de riqueza o pobreza de un colectivo como, por ejemplo, un país. El gran crecimiento de las desigualdades, que caracteriza el tiempo que vivimos, ha quedado oculto debido a los indicadores de desarrollo económico de los países, medido por el PIB per cápita, indicador que no detecta el enorme crecimiento de esas desigualdades. El país más rico del mundo, Arabia Saudí, tiene uno de los porcentajes de población en situación de pobreza y en riesgo de pobreza más elevados del mundo. Ahora bien, el 1% de renta superior tiene un nivel de riqueza tan elevado que el promedio da una imagen falsa del país. Y esto es lo que ocurre también en EEUU y en España, dos de los países con mayores desigualdades hoy en la OCDE.

En EEUU, el 10% más rico de la población posee el 77% de toda la renta del país, y el 90% restante tiene solo el 23% de la renta nacional. Cuando se utilizan los indicadores tradicionales basados en promedios, estos nos dan una imagen falsa de la auténtica distribución de las rentas. Y esta es la situación que queda oculta cuando se comparan niveles de vida entre países. Esta comparación es irrelevante, si no se hace por sectores o por clase social en el país, lo cual casi nunca sucede. En realidad, incluso la categoría de clase social ha desaparecido. Y no ha sido por casualidad, sino como parte de un proyecto político promovido por las fuerzas conservadoras y neoliberales que dominan el panorama mediático del país.

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