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Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Dominio Público” en el diario PÚBLICO, 21 de enero de 2016.

Este artículo indica que la reducción de las desigualdades, tanto a nivel nacional como internacional, requiere medidas mucho más ambiciosas que las que se están proponiendo, tanto en España como en otros países a los dos lados del Atlántico Norte.

El crecimiento desmesurado de las desigualdades que ha estado ocurriendo en la mayoría de países a los dos lados del Atlántico Norte ha generado una larga bibliografía académica sobre las causas de este crecimiento. Esta bibliografía, que era ya bastante extensa antes de la Gran Recesión, ha crecido incluso más durante las crisis financieras y económicas de los últimos años que han acentuado todavía más la extensión y la intensidad de tales desigualdades, creando una alarma entre los establishments políticos que gobiernan tales países, por la posible desestabilización política que dicho fenómeno pudiera crear, tal como está ocurriendo en España, uno de los países de la Unión Europea donde el crecimiento de las desigualdades ha sido mayor. Según el último informe de Oxfam, el 1% más acaudalado de la población española concentra tanta riqueza como el 80% más pobre y, por si no fuera poco, veinte personas tienen la misma riqueza que el 30% más pobre de la población. Su patrimonio ha ido aumentando (lo hizo en un 15% el año 2015), mientras que el de la mayoría de la población española, el 99% restante, vio el valor de su patrimonio reducido (en un 14%) durante el mismo periodo. Los presidentes de las empresas del IBEX-35 cobran 158 veces más que el salario medio del país.

Una situación semejante ocurre a nivel mundial, donde, según el mismo informe de Oxfam (y también según el Credit Suisse Global Wealth Data), el 1% de la población, la que tiene más riqueza en el mundo, poseía en el año 2009 el 44% de toda la riqueza mundial, porcentaje que subió al 48% en 2014 y que, siguiendo tal tendencia, llegará a poseer el 50% de la riqueza mundial este año 2016. Otros datos impactantes de tales informes es que los 80 billonarios más ricos del mundo tenían en 2014 un total de 1,9 billones de dólares, que equivale a la riqueza que tenía la mitad de la población mundial, habiendo incrementado la suya un 46% solo en cuatro años (2010-2014), a la vez que la riqueza de la gran mayoría de la población ha ido descendiendo, con lo cual, la distancia entre los súper ricos por un lado y la gran mayoría de la población por el otro ha crecido de una manera muy, pero que muy acentuada.

Las explicaciones más conocidas de las causas del crecimiento de las desigualdades

Una parte muy importante de esta literatura científica quer ha estudiado las desigualdades se ha centrado en describir las tasas de crecimiento de la riqueza poseída por los súper ricos comparándolas con las tasas de crecimiento de la riqueza de todos los demás. El autor más conocido en este tipo de estudios ha sido Thomas Piketty, que basó su análisis del crecimiento de las desigualdades en la evolución de las rentas del capital. Sin desmerecer la enorme importancia de su trabajo, hay que señalar que analizar la evolución de las rentas del capital sin analizar, y todavía menos, sin relacionarlo con la evolución de las rentas del trabajo, constituye uno de los puntos más flacos de su espléndido trabajo (ver mi crítica del libro de Piketty “El porqué de las desigualdades: una crítica del libro de Thomas Piketty ‘Capital in the Twenty-First Century’”, Público, 15.05.14), pues es imposible entender la evolución de las rentas del capital sin entender la evolución de las rentas del trabajo. Las dos están íntimamente relacionadas, ya que el crecimiento desmesurado de las rentas del capital en los últimos años se ha llevado a cabo a costa del descenso de las rentas del trabajo. La evidencia de ello es abrumadora, clara y potente, y lo que es también claro y convincente es que ha sido precisamente esta redistribución de las rentas, transfiriendo rentas de la mayoría de la población a una minoría, la que ha causado la Gran Recesión, como he detallado en mi reciente libro Ataque a la democracia y al bienestar. Crítica al pensamiento económico dominante, Anagrama, 2015, cuya visibilidad en los mayores medios de información ha sido casi nula.

Hay que redescubrir categorías analíticas olvidadas u ocultadas –como explotación- para entender el crecimiento de las desigualdades

La inmensa mayoría de estudios sobre las desigualdades han evitado, sin embargo, analizar esta relación existente entre la evolución de las rentas del capital y la evolución de las rentas del trabajo, pues este tipo de estudios abre toda una serie de interpretaciones de la realidad, interpretaciones que han sido marginadas, vetadas y excluidas en los círculos y fórums donde la sabiduría convencional en el conocimiento económico se reproduce, fórums donde la minoría de la población beneficiaria de tal redistribución (tales como los propietarios y gestores de las empresas del IBEX-35) es muy influyente. Existe hoy en los mayores fórums de pensamiento económico una marginación de los análisis que utilizan una metodología de estudio y una narrativa que ponen incómodas a tales minorías. Me estoy refiriendo a categorías de análisis como explotación y conflicto de clase, conceptos y términos sistemáticamente silenciados en los medios de mayor difusión y persuasión y que raramente aparecen en los fórums donde la sabiduría convencional se reproduce. Y ello a pesar de que tales categorías analíticas son esenciales para entender el porqué las desigualdades son tan grandes y continúan creciendo.

Veamos los datos. Las políticas neoliberales impuestas desde los años ochenta (a partir de la revolución, o mejor dicho, contrarrevolución neoliberal iniciada por el Presidente Reagan en EEUU y por la Sra. Thatcher en el Reino Unido) no eran ni más ni menos que un ataque frontal del mundo del capital al mundo del trabajo. Lo que ha ido ocurriendo durante estas pasadas décadas ha sido la imposición de políticas públicas encaminadas a aumentar la tasa de explotación del mundo del trabajo por parte del mundo del capital bajo el argumento de que la eficiencia económica necesitaba el aumento de la competitividad, realizada sobre todo a costa del sacrificio del trabajador mediante la bajada de salarios y disminución de su protección social. Y estas medidas han sido altamente exitosas. Como consecuencia, las rentas del trabajo, como porcentaje de las rentas totales han ido disminuyendo en la mayoría de países capitalistas desarrollados. Las rentas del trabajo pasaron a representar del 70% del PIB en EEUU, el 70,4% en Alemania, el 74,3% en Francia, el 72,2% en Italia, el 74,3% en Gran Bretaña, y el 72,4% en España en los años 70, a solo el 63,6% en EEUU, el 65,2% en Alemania, el 68,2% en Francia, el 64,4% en Italia, el 72,7% en Gran Bretaña, y el 58,4% en España en el año 2012. (Para expansión de la evidencia científica que avala esta tesis, ver mi libro citado anteriormente).

Las rentas del capital, por el contrario, se han ido disparando, creando un problema bien conocido en los textos de economía política que se define como overaccumulation, que no es otra cosa que la enorme acumulación y concentración de las rentas del capital obtenidas a costa de la súper explotación de las rentas del trabajo. Ahora bien, esta enorme concentración de las rentas (y de la propiedad, es decir, del capital) y consiguiente crecimiento de las desigualdades, ha creado otro grave problema, pues la mayoría de la demanda que estimula la economía productiva -que es la economía que produce bienes y servicios- procede de las rentas del trabajo (es decir, de la mayoría de la población, que es la que deriva sus ingresos a partir del trabajo). Al disminuir estas rentas del trabajo, disminuye también la demanda doméstica y con ello el crecimiento económico. Y es ahí donde se encuentra la génesis de la Gran Recesión, y también del enlentecimiento de la economía mundial, explicación que raramente aparece en los grandes medios de información y persuasión. Es, pues, el aumento de la tasa de explotación del mundo del trabajo el causante del gran crecimiento de las desigualdades que, a su vez, ha creado la crisis de demanda tan notable que mantienen las economías estancadas, y cuya máxima expresión se ve en la Eurozona, la parte del mundo capitalista desarrollado occidental que ha estado estancada durante más tiempo.

¿Cómo intenta el capital resolver el estancamiento económico?

El mundo del capital (lo que antes se llamaba la clase capitalista y ahora se presenta como el 1%) es consciente de que esta situación, inducida por las políticas neoliberales impuestas a la población desde los años ochenta, está creando un grave problema político para el sistema capitalista, pues tal explotación puede generar una respuesta de protesta que puede amenazar la propia viabilidad del sistema. La polarización de la vida política a los dos lados del Atlántico Norte es un síntoma claro de ello. El pánico (y la consiguiente represión que le acompaña) que el establishment político europeo ha mostrado frente a opciones políticas opuestas a la aplicación de las políticas neoliberales es un ejemplo de ello. Pero hay otro problema -este de carácter económico- que tiene que ver con el estancamiento económico y que fuerza al mundo del capital a buscar nuevas áreas de inversión para mantener su rentabilidad elevada. De ahí que las empresas privadas vayan expandiéndose en nuevas actividades. Tres de ellas, merecen especial atención.

Una es la expansión de la militarización de la economía, con la continuación de una guerra global que aparece en muchas áreas de conflicto bélico a la vez. Tal militarización incluye los sistemas no solo de armamento, sino también de seguridad y de represión, jugando un papel clave en el intento de estimular la economía mediante los gastos en armamento, en sistemas de seguridad y en un largo etcétera.

La segunda área es la de la privatización de los servicios y transferencias públicas, que engloban desde las pensiones a la sanidad, la educación y otros servicios públicos del Estado del Bienestar. Todas estas intervenciones requieren de un mayor protagonismo por parte de las esferas económicas y financieras privadas, a costa de los espacios públicos. Los tratados de libre comercio TTIP y TPP son elementos clave de esta estrategia.

Y la tercera área de intervención es la especulación financiera, que ha adquirido unas dimensiones no conocidas anteriormente, y que ha requerido una enorme desregulación de la movilidad de capitales, que continuará y que determinará pronto una crisis incluso mayor que la que hemos experimentado durante la Gran Recesión.

Cada una de estas tres intervenciones incrementa todavía más las desigualdades. La militarización de la economía estimula la acumulación y concentración del capital, como también ocurre con la privatización de los servicios y transferencias públicas. Y un tanto igual ocurre con las transferencias de fondos públicos a las empresas privadas en el pago de la deuda pública y en los rescates de las empresas financieras, colapsadas debido a su comportamiento especulativo.

Los límites de las propuestas que se están considerando para reducir las desigualdades

A la luz de estos hechos, hay que analizar las soluciones que se están proponiendo por aquellos autores más sensibles a la necesidad de reducir las desigualdades, tales como Thomas Piketty, Joseph Stiglitz, Paul Krugman, Jeffrey Sachs y Anthony Atkinson, entre otros. Estos autores han propuesto el incremento de la gravación impositiva a las rentas del capital, la expansión de la fiscalidad progresiva, el crecimiento de la protección social y del gasto público social, así como un aumento de las rentas del trabajo y la prohibición de los paraísos fiscales. Tales medidas son muy necesarias y deben realizarse urgentemente, pero, sin embargo, son también insuficientes, pues dejan tal como están las causas reales de las desigualdades, que, como he subrayado, son las relaciones de propiedad del capital en cada sociedad, origen de tales desigualdades. No se puede intentar corregir las desigualdades sin alterar y cambiar las relaciones de propiedad del gran capital, dejándolo en manos privadas, es decir, en manos de la minoría –los súper ricos- que continuará ejerciendo un enorme poder, no solo económico, sino también político y mediático en cada una de estas sociedades. Dicha minoría continuará acumulando su riqueza a través del proceso de sobreacumulación (que está basado en explotación), que podrá modificarse y reducirse a través de las medidas redistributivas citadas anteriormente, pero sin eliminarlo. De ahí que, además de aquellas necesarias intervenciones, se deberían también considerar intervenciones públicas encaminadas a cambiar los sistemas de propiedad de los medios de producción, distribución y especulación, tema muy olvidado y abandonado en los programas de los partidos de izquierda, hoy en la mayoría de países a los dos lados del Atlántico Norte, que parecen haber olvidado que sin alterar tales relaciones de propiedad difícilmente se cambiarán las bases de la explotación, causa primordial del crecimiento de la desigualdad.

De esta lectura se deduce que aquellas medidas redistributivas deberían expandirse para incluir también medidas de apropiación, no solo de las rentas del capital, sino del propio capital, a través de su trasvase y transformación en propiedad pública, empezando por sectores claves del capital financiero y del sector energético. Las reservas mentales y políticas que amplios sectores de las izquierdas tienen hacia la estatificación de la propiedad, no deberían excluir la posibilidad de integrar elementos importantes del sector financiero y energético –entre otros- en el sector público, que permitiera romper el enorme dominio que el mundo del capital ejerce sobre los Estados, facilitando así su democratización, condición indispensable para la reducción de las desigualdades.

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