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Article publicat per Vicenç Navarro a la columna “Pensamiento Crítico” al diari PÚBLICO, 6 de juny de 2017.

Aquest article critica el consens generalitzat d’interpretar la realitat nord-americana a través de la figura de Trump, sense comprendre que el més important no és tant Trump, sinó el fet que fos triat per gairebé la meitat dels votants que van votar a les eleccions presidencials de 2016. L’article assenyala la importància d’entendre aquest fet, ja que sense això és impossible entendre per què Trump va guanyar les eleccions, existint la possibilitat que hi hagi Trumps durant molts anys tret que es canviïn les polítiques que van facilitar el sorgiment d’un enorme empipament i rebuig cap a l’establishment politicomediàtic nord-americà. L’article també és una crítica d’un altre fet generalitzat a Espanya, que és definir el que succeeix als Estats Units com un cas de populisme.

En la cobertura mediática del tsunami político que ocurre en EEUU se hace excesivo hincapié sobre la figura de Trump y su idiosincrasia y comportamiento atípico como presidente del país, sin analizar el contexto político que determinó tal elección, lo que hace que no se esté entendiendo por qué ocurrió tal tsunami. Atribuir este hecho –su elección como presidente- predominante a su figura es un error de primera magnitud, pues hay algo mucho más importante que Trump para comprender lo que está pasando en EEUU, y es entender por qué más de sesenta millones de personas votaron por él (casi el 50% de las personas que fueron a votar lo hicieron por él). Y lo que es incluso más importante es entender por qué la gran mayoría de la clase trabajadora blanca, que constituye la mayoría de la clase trabajadora estadounidense, lo votó. En realidad, la clase trabajadora blanca fue el centro de su base electoral. Este es el punto más importante que hay que entender. Sin comprender este hecho, habrá muchos Trumps como presidentes en las próximas décadas en EEUU.

¿Por qué la clase trabajadora votó a Trump?

En primer lugar, tenemos que hacer una aclaración, que es obvia, pero que parece desconocida, ignorada u ocultada en los grandes medios de información. En EEUU (como en todos los países de Europa) hay una clase trabajadora distinta a la clase media. En realidad, hay más estadounidenses que se definen como pertenecientes a la clase trabajadora que a la clase media. Los datos están ahí para aquellos que quieran verlos. Y lo mismo, por cierto, ocurre en la mayoría de países de la Unión Europea, incluyendo España.

Esta clase trabajadora en EEUU ha ido perdiendo capacidad adquisitiva en los últimos treinta años, desde los años ochenta, con la elección del presidente Reagan, que inició las políticas neoliberales que constituían un ataque frontal a la clase trabajadora. Las rentas del trabajo como porcentaje de las rentas totales del país han ido descendiendo, pasando de un 70% de todas las rentas a finales de los años setenta, a un 63% en el año 2012. El enorme endeudamiento de las familias estadounidenses (y el gran crecimiento del sistema crediticio financiero) se basa en este hecho. Este descenso de las rentas del trabajo creó un problema, al disminuir la demanda y el crecimiento económico (puesto que la mayor parte de la demanda procede del consumo originado por las rentas del trabajo). Por otra parte, el crecimiento del sector financiero (que, como acabo de decir, fue también consecuencia del descenso de las rentas del trabajo) y la escasa rentabilidad de las inversiones en el sector productivo de la economía (donde se producen los bienes y servicios) explican que crecieran las inversiones especulativas, creando las burbujas cuya explosión (sobre todo la inmobiliaria) creó la Gran Recesión, consecuencia del comportamiento especulativo del capital, facilitado por las políticas desreguladoras del capital financiero.

La desregulación del comercio y de la movilidad de capitales inversores que perjudicó a la clase trabajadora

Las políticas neoliberales, en su objetivo de incrementar la rentabilidad del capital, facilitaron la movilidad de las industrias manufactureras a países con salarios más bajos y con peores condiciones laborales. Ello causó una gran destrucción de puestos de trabajo bien pagados en el sector manufacturero de EEUU, ocupados en su mayoría por la clase trabajadora blanca. En realidad, bastaba que los dueños y gestores de las industrias manufactureras amenazaran a sus trabajadores con el traslado a otro país, para conseguir rebajas salariales y la aceptación de peores condiciones de trabajo. Es lógico, pues, que la clase trabajadora, afectada por tal movilidad de industrias a otros países con salarios mucho más bajos, odiara los tratados de libre comercio y a los gobiernos que los promovían. En realidad, los efectos de tal movilidad aparecen claramente en los barrios donde viven los trabajadores metalúrgicos en la ciudad de Baltimore (tales como Dundalk), uno de los centros industriales más importantes de EEUU. El traslado de los altos hornos del acero (Bethlehem Steel Corporation) a otro país creó un enorme deterioro en tales barrios. Estas políticas neoliberales han sido llevadas a cabo por todos los gobiernos federales, desde Reagan hasta Obama, siendo, por cierto, más acentuadas y promovidas por los presidentes demócratas Clinton y Obama, que por los republicanos.

Otra causa del enfado de la clase trabajadora: Las limitaciones de los programas sociales federales

El Estado del Bienestar en EEUU está muy poco desarrollado. Como resultado del enorme poder que los propietarios y gestores de las grandes corporaciones financieras, industriales y servicios tienen sobre el Estado federal (lo que en aquel país se llama la Corporate Class), los derechos sociales y laborales están muy poco desarrollados. No hay, por ejemplo, el derecho de acceso a los servicios sanitarios. En realidad, en EEUU hay más muertes debidas a falta de atención médica que a la enfermedad del SIDA. Un indicador de la crudeza e insuficiencia del sistema sanitario estadounidense es que el 44% de las personas que se están muriendo (es decir, que tienen enfermedades terminales) indican que están preocupadas por cómo ellas o sus familiares podrán pagar sus facturas médicas. No hay plena consciencia en Europa de que EEUU es el capitalismo sin guantes.

No existe en EEUU la universalidad de derechos, es decir, que una persona, por ser ciudadana o residente, tenga un derecho en concreto. La provisión de servicios sanitarios, por ejemplo, depende de la renta de una persona, siendo los programas sanitarios del gobierno federal (como Medicaid) de tipo asistencial, es decir, de ayuda a los pobres, que, erróneamente, se cree que son los negros (en realidad, la gran mayoría de pobres en EEUU son blancos, aunque los negros son los más pobres entre los pobres). Pero en el imaginario popular, entre la clase trabajadora blanca, se considera que son los negros los que se benefician más de estos programas federales, cuyos gastos se cubren primordialmente con los impuestos que pagan las clases populares. De esta percepción (errónea) se crea el antagonismo de la clase trabajadora blanca (que no se beneficia de estas políticas federales asistenciales) hacia el gobierno federal, por pagar, con sus impuestos, la asistencia sanitaria a los pobres (que consideran que son los negros). De ahí la elevada impopularidad entre la clase trabajadora blanca de los programas antipobreza federales (que Trump quiere disminuir radicalmente).

¿Qué ha estado haciendo el partido supuestamente de izquierdas, el Partido Demócrata?: Las limitaciones de las políticas de identidad antidiscriminatorias

Uno de los atractivos del modelo americano ha sido la posibilidad de ascender en la escala social. La movilidad vertical era la base del sueño americano (The American Dream). Esta percepción daba pie a relativizar la clase social en la que un ciudadano nacía, puesto que se asumía que podría ascender a las otras clases sociales, incluyendo la que se llamaba la clase alta.

Se reconocía, sin embargo, que tal movilidad social estaba perjudicada por la discriminación que las minorías (como las afroamericanas) y las mujeres sufrían. De ahí que, a partir de la legislación de derechos civiles, iniciada por el presidente Johnson (en respuesta al movimiento liderado por Martin Luther King en defensa de los derechos civiles), el gobierno federal estableciera las políticas antidiscriminatorias, como el punto central de sus políticas sociales, que tenían como objetivo facilitar la integración de los sectores discriminados dentro de la movilidad vertical, favoreciendo a minorías y mujeres, aumentando con ello su número en las estructuras de poder político y mediático. La elección de un afroamericano, Barak Obama, como presidente, culminó este proceso entre los negros, y el intento de la candidata Clinton hubiera tenido el mismo significado para las mujeres.

Ahora bien, la mayor discriminación que existe en EEUU es la discriminación por clase social. La mortalidad diferencial por clase social es mucho mayor, por ejemplo, que la mortalidad diferencial por raza o género. Es más, la mortalidad diferencial por raza tiene poco que ver con la raza, sino con racismo. La discriminación racial pone a la mayoría de negros en la clase trabajadora no cualificada y peor pagada. Tal discriminación de clase relativiza el sueño americano, pues la movilidad social, que permite el paso de la clase trabajadora a las clases más pudientes, ha sido siempre –en contra del mito del sueño americano- muy limitada y menor, por cierto, que en países como los escandinavos, donde los instrumentos de la clase trabajadora (como los partidos de izquierdas y los sindicatos) han sido más poderosos.

La falta de sensibilidad hacia la discriminación de clase explica que la clase trabajadora blanca tenga poca simpatía por los programas antidiscriminatorios, los cuales no la benefician directamente. En realidad, el aumento de negros y mujeres en las estructuras de poder ha tenido muy escaso impacto en la mayoría de negros y mujeres que pertenecen a la clase trabajadora. El estándar de vida de la clase trabajadora negra no aumentó durante el gobierno Obama. Y lo mismo hubiera ocurrido con las mujeres si hubiera ganado las elecciones la Sra. Clinton. Su insensibilidad hacia la discriminación de clase y la necesidad de incorporar la variable de clase en sus políticas (llegando incluso a insultar a la gente trabajadora seguidora de Trump) explica que la mayoría de mujeres de clase trabajadora no votaran por ella, sino a Trump.

Las únicas voces dirigidas a la clase trabajadora: Sanders y Trump

Las únicas voces que hablaron a y de la clase trabajadora fueron el candidato demócrata Bernie Sanders y el candidato republicano Donald Trump. El primero, un senador socialista conocido por su integridad y continua defensa del mundo del trabajo, criticó las políticas neoliberales que habían afectado muy negativamente el nivel de vida de la clase trabajadora, denunciando los tratados de libre comercio que habían promovido los gobiernos demócratas de Clinton y de Obama, siendo una de sus máximos defensores la Sra. Hillary Clinton, primero como esposa del presidente Clinton, y más tarde como Secretaria de Estado (cargo semejante al de Ministro de Asuntos Exteriores). Criticó también las reformas laborales realizadas por los sucesivos gobiernos, las cuales descentralizaron los ya muy descentralizados convenios colectivos, debilitando a los sindicatos. Su grito de batalla electoral era que EEUU necesitaba una revolución política, rompiendo con el maridaje del poder económico y financiero con el poder político, maridaje que es favorecido por la financiación privada del proceso electoral, mediante la cual los lobbies financieros y económicos financian a los candidatos sin ningún freno en la cantidad de dinero que estos candidatos puedan recibir, para, entre otras cosas, comprar espacio televisivo, que está completamente desregulado, disponible para el mayor comprador. Sanders propuso la financiación pública del proceso electoral, reduciendo o incluso eliminando la financiación privada derivada de los lobbies financieros, económicos y profesionales. Ganó en 22 de los 50 Estados durante las primarias del Partido Demócrata, siendo el más popular entre la gente joven y la trabajadora. Las encuestas mostraban que hubiera ganado las elecciones a Trump.

Pero el aparato del Partido Demócrata, claramente controlado por los Clinton y los Obama, se movilizó para destruirlo, siendo el adversario principal del partido. La victoria de Hillary Clinton sobre Sanders aumentó la abstención de un porcentaje muy elevado de los jóvenes, y causó un flujo de votantes antiestablishment hacia Trump. Las clases populares querían primordialmente mostrar su gran rechazo al establishment político-mediático centrado en Washington, la sede del gobierno federal.

La derrota de Sanders promovida por el Partido Demócrata facilitó la victoria de Trump

La derrota de Bernie Sanders facilitó la victoria de Trump. Pero la mayor causa de su éxito fue la movilización del movimiento libertario, dirigido por el Tea Party, que había ido infiltrando y controlando las bases del Partido Republicano, en su lucha contra el establishment político de Washington, incluyendo el establishment republicano. Este movimiento, claramente financiado por intereses financieros de carácter especulativo (como los hermanos Koch), tenía como su objetivo central eliminar la presencia del Estado federal en la escasamente regulada actividad financiera, como por ejemplo en los sectores inmobiliarios, los sectores de casinos y juego, y la actividad especulativa de la banca. Estos sectores se aliaron con la clase trabajadora blanca que, por las razones indicadas anteriormente, se oponía al Estado federal. Fue esta alianza la que constituyó la base del movimiento libertario, un movimiento de ultraderecha que sembró el campo para el éxito de la candidatura de Trump. Este diseñó su campaña con un programa para anular los tratados de libre comercio y favorecer las rentas del capital, bajando espectacularmente los impuestos de sociedades de un 35% a un 15% y eliminando los programas antipobreza y los programas antidiscriminatorios con una narrativa racista y machista. El suyo es un programa libertario como máxima expresión del neoliberalismo, intentando eliminar la influencia del sector público y de las intervenciones públicas mediante la privatización de los programas públicos.

¿Es Trump un fascista?

Trump tiene características de la ideología fascista, tales como un nacionalismo extremo basado en un sentido de superioridad de raza y de género (un machismo muy acentuado), con un canto a la fuerza y a la intervención militar, con una concepción no solo autoritaria, sino también totalitaria del poder, deseoso de controlar los mayores medios de información y reproducción de valores (desde la prensa y la televisión, hasta al mundo universitario), profundamente antidemocrático, presentándose como el salvador de las víctimas del sistema político corrupto.

Ahora bien, también hay que subrayar las características que le diferencian del fascismo. Una es que Trump no creó un movimiento y partido, sino que fue al revés: el movimiento popular antiestablishment creó a Trump. La segunda característica que le aleja del fascismo es que está en contra del Estado (a la vez que lo instrumentaliza para optimizar sus intereses particulares y los intereses del mundo del capital), siendo su postura un libertarismo neoliberal extremo. En realidad, es la expresión máxima del neoliberalismo. Definir a tal movimiento como populista es no entender los EEUU. En realidad, han existido partidos semejantes al Tea Party que tuvieron características parecidas al actual. Nada menos que Henry Wallace, el vicepresidente progresista del presidente Roosevelt, alertó de la posibilidad que surgiera un fascismo americano, con características propias, que en defensa del ciudadano común se convertiría en el máximo exponente de los intereses del mundo del capital, el cual es siempre proclive a movimientos autoritarios y totalitarios, intentando establecer un orden altamente represivo que impida el surgimiento de movimientos que amenacen las estructuras de poder. Trump es un ejemplo de ello.

El término populismo, utilizado por el establishment político mediático para definir cualquier movimiento contestatario, tiene escasísima capacidad analítica para entender lo que está pasando en EEUU (y en Europa). En EEUU es un movimiento libertario extremo con características totalitarias semejantes (pero no idénticas) al fascismo que votó unánimemente contra el establishment político-mediático -el Partido Demócrata-, representado por Hillary Clinton apoyando en su lugar a Trump que, astutamente utilizó una narrativa antiestablishment, presentándose como la alternativa a tal rechazado establishment. Definir este fenómeno como populismo tiene poco valor explicativo. Es lógico que el establishment político-mediático lo defina como tal, pues es la manera de caricaturizarle, dificultando su comprensión, pero no tiene ningún valor ni científico ni explicativo, pues dificulta la comprensión del fenómeno que se analiza.

¿Qué pasará en EEUU?

En realidad, la evidencia apunta a que el establishment político-mediático estadounidense tampoco entiende lo que está pasando en aquel país. Su obsesión con la figura de Donald Trump, sin analizar y actuar sobre las causas de que casi la mitad del electorado le votase, es un indicador de ello. Y la respuesta del Partido Demócrata a este hecho es dramáticamente insuficiente: sus propuestas son continuadoras de las que propusieron las últimas administraciones de tal partido (Clinton y Obama), sin que haya incurrido en la más mínima autocrítica. Asumen que la falta de popularidad del presidente Trump forzará un cambio, incluyendo su posible impeachment, ignorando que lo que determina la victoria de un candidato no es su popularidad en el país, sino el nivel de apoyo que consigue entre el electorado que lo vota en relación con otras alternativas. Y lo que está predeciblemente ocurriendo es que mientras la popularidad general del presidente Trump está descendiendo (nunca fue muy popular), la que tiene entre sus votantes es extraordinariamente alta. Vemos que, en contraste con lo que ocurre en el Partido Demócrata, la lealtad del votante a Trump es elevadísima. Es visto, por parte de las bases electorales, como el antipolítico, sujeto a una gran hostilidad por parte de los mayores medios de información, a los cuales sus votantes detestan.

Referente a las posibilidades de ser expulsado de su cargo (impeachment), estas son pequeñas, pues ello dependería de una acción del Congreso, hoy controlado por el Partido Republicano, donde el movimiento libertario de ultraderecha tiene un enorme poder. En ausencia de un cambio improbable en el Partido Demócrata, las próximas elecciones al Congreso verán un enorme aumento de la abstención (ya siempre muy elevada) que permitiría mantener el Congreso y el Senado en manos del Partido Republicano. Solo en caso de que este perdiera el control del Congreso podría ocurrir el impeachment. De ahí que lo que ocurra va a depender no solo de lo que suceda en la administración Trump, sino también de lo que pase en el Partido Demócrata que pueda movilizar el voto abstencionista. El sistema electoral estadounidense imposibilita la aparición de un nuevo partido. De ahí que la crisis del bipartidismo que hemos visto en Europa no se dará en EEUU.

El panorama futuro de EEUU es más que preocupante. Pero no hay que olvidar que la enorme crisis política que tiene el país ha sido causada por la políticas neoliberales realizadas desde los años ochenta, iniciadas por el presidente Reagan y continuadas por todos los demás, Bush senior, Clinton, Bush junior y Obama. No hay que olvidar que el enorme desencanto creado por el presidente Obama favoreció la victoria de Trump. El “Yes, we can!” (¡Sí, nosotros podemos!) quedó en un eslogan que no se materializó en la medida en que las expectativas que había generado no se cumplieron, destacando su complicidad con los grandes poderes financieros (centrados en Wall Street), los cuales frenaron significativamente su vocación transformadora.

En realidad, ha ocurrido en EEUU lo que también se ha dado en Europa. La aplicación de las políticas neoliberales ha creado esta enorme crisis y un rechazo (al cual también se le define erróneamente como populismo) que está predominantemente centrado en las clases populares y que, debido a la adaptación de las izquierdas tradicionales al neoliberalismo, ha sido canalizado por partidos de ultraderecha, con características semejantes al fascismo. Las políticas neoliberales de Trump continuarán imponiéndose, paradójicamente envueltas en una narrativa “obrerista” y “proteccionista” que entra en claro conflicto con las políticas de la administración Trump, que son profundamente hostiles hacia el mundo del trabajo a costa de un tratamiento claramente preferencial hacia el mundo del capital. Y con unas políticas comerciales que continuarán la dinámica de la globalización neoliberal, realizada no a base de tratados de libre comercio que incluyen varios países, sino a través de tratados bilaterales que permitan a EEUU tener mayor control de los términos de tales tratados. Trump representa así la máxima expresión del neoliberalismo. De ahí su enorme capacidad de dañar el bienestar de las clases populares del mundo, incluyendo las clases populares de EEUU, las primeras víctimas del capitalismo sin guantes, con una concepción darwiniana caracterizada por su enorme insensibilidad social y carente de solidaridad, con un canto a la acumulación de capital sin freno, sin límites en su comportamiento para así alcanzarlo. Lo que está ocurriendo muestra que, como bien indicó Rosa Luxemburg, las alternativas entre las que la humanidad debería escoger serían el barbarismo (al cual la evolución del capitalismo podría llevar) o el socialismo. El neoliberalismo y su máxima expresión nos están llevando claramente a la primera de esas alternativas. Así de claro.

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