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Publicado en la revista digital SISTEMA, 15 de enero de 2010

Este artículo analiza críticamente las consecuencias políticas de la estrategia de pactos que el Presidente Obama ha desarrollado en su reforma sanitaria.

Es un elemento de la sabiduría convencional que los partidos, una vez hayan conseguido ser elegidos, tienen que moderarse y centrarse; es decir, si son partidos de izquierda tienen que moderar sus propuestas y moverse hacia el centro político. Y si son de derechas tienen también que moderarse y gobernar desde el centro. Según tal argumento, gane quien gane, los partidos tienen que gobernar desde el centro. Esta suposición se ha convertido en casi un dogma, dogma que muchos partidos en muchos países han seguido cuando han gobernado, contribuyendo a diluir las diferencias ideológicas y programáticas entre los partidos. De esta situación se deriva la abstención elevada en el proceso electoral entre la población, pues no se perciben diferencias entre los diferentes partidos.

El problema con este dogma es que, además de ser erróneo (basado más en ideología que en la evidencia empírica), implica un suicidio político para aquellas opciones que, habiendo ganado las elecciones con promesas de cambio, diluyen su compromiso y decepcionan a sus bases electorales, las cuales se abstienen, facilitando la victoria del partido, o partidos, de la oposición. Lo que está ocurriendo con la Administración Obama es un ejemplo de ello.

El Presidente Obama ganó las elecciones porqué consiguió movilizar a las bases del Partido Demócrata (sindicatos y movimientos sociales, como los movimientos feminista, ecologista y de derechos civiles) y otros grupos sociales deseosos de un profundo cambio en EE.UU. En el sector sanitario, se comprometió a hacer una reforma sanitaria que, en la práctica, hubiera supuesto la extensión a la gran mayoría de la población del derecho de acceso a los servicios sanitarios, hoy muy limitada en EE.UU. Un año después de ser elegido, existen amplios sectores de las clases populares (que le votaron en las últimas elecciones) que se oponen a la reforma propuesta por la Administración Obama. ¿Cómo puede ser que después de un año haya habido un cambio tan notable en la opinión del electorado hacia la Administración Obama? La explicación que los medios de información del establishment estadounidense, repetida miméticamente por la mayoría de los medios del establishment español, es que las propuestas de reforma sanitaria hechas por la Administración Obama son demasiado progresistas. De ahí que tales medios aconsejen al Presidente Obama a que modere sus propuestas de reforma sanitaria, centrándose y diluyendo lo que se define como un excesivo izquierdismo. Como decía el corresponsal de El País en EE.UU., Antonio Caño, “el pueblo estadounidense no está preparado para un cambio tan profundo” (Obama pacta con el senado los últimos detalles de la reforma sanitaria. El País, 16.12.09). Esta explicación ignora que los que se oponen a las reformas ahora son los mismos que apoyaron las propuestas incluidas en el programa electoral del candidato Obama.

¿Por qué entonces el cambio de actitud de aquellos que le apoyaron antes y que ahora se oponen? La respuesta es bien sencilla. La causa del cambio de actitud se debe al cambio que tales propuestas han experimentado durante este año. Obama se ha ido centrando y ha ido abandonando las promesas hechas en su programa y ha incluido, en cambio, propuestas del candidato republicano, John McCain, a quien Obama había criticado como candidato, y que ahora ha hecho suyas. El candidato Obama había dicho, por ejemplo, que financiaría la expansión del aseguramiento a los 44 millones de estadounidenses que carecen de tal aseguramiento a base de aumentar los impuestos del 2% de renta superior del país (que ingresaban más de medio millón de dólares). El candidato republicano proponía financiarlo a base de aumentar los impuestos de los trabajadores que tenían un aseguramiento colectivo, a través de su lugar de trabajo (el 62% de los estadounidenses tienen su cobertura sanitaria a través de su empresa, siendo la extensión de tal cobertura o protección dependiente de la fuerza sindical que los representan en los altamente descentralizados convenios colectivos). En aquellos lugares de trabajo donde los sindicatos son fuertes (como ocurre en el sector manufacturero) los trabajadores tienen una mayor cobertura en su aseguramiento. Pues bien, John McCain, que es profundamente antisindical, proponía que la expansión de la cobertura a los no cubiertos se hiciera a base de que aquellos trabajadores que tuvieran una cobertura mayor pagaran un impuesto finalista para financiar aquella expansión. Obama criticó esta propuesta, definiéndola por lo que era: una propuesta de penalizar a los colectivos más bien organizados del mundo trabajador. Esta crítica, sin embargo, ha desaparecido. Hoy Obama ha abandonado el impuesto finalista sobre las rentas superiores sustituyéndola con la propuesta McCain. Como ha dicho el secretario general de la Federación de Sindicatos de EE.UU. (AFL-CIO), el Sr. Trumka (una de las voces más clarividentes y progresistas en el panorama político de EE.UU.) “los sindicatos siempre hemos favorecido la universalización del aseguramiento sanitario. Pero, en lugar de pagarla con los impuestos de los ricos, el Senado (que refleja la postura de la Administración Obama) quiere pagarla con los impuestos de los trabajadores. En lugar de seguir una lucha de clases vertical, se propone una lucha de clases horizontal, enfrentando a un sector de la clase trabajadora a otro sector de la misma clase. Esta táctica es profundamente errónea y significará una enorme abstención obrera en las próximas elecciones como ocurrió en las elecciones de 1994, cuando el Presidente Clinton (que ganó las elecciones con el apoyo movilizador de los sindicatos) abandonó sus promesas hechas al mundo trabajador. La victoria republicana de 1994 se debió a la abstención de las bases del Partido Demócrata. Lo mismo puede ocurrir en 2010 y en 2012”. No puede decirse más claro. He escrito extensamente sobre este punto y me preocupa enormemente que el Presidente Obama pase a ser un Presidente de sólo una legislatura.

Una última observación. El abandono de la política fiscal progresista se debió a la oposición proveniente de la derecha en el Partido Demócrata, que recibe millones de dólares de los grupos y clases más pudientes de EE.UU. para financiar sus campañas electorales. Parecería pues, que Obama no tenía otra alternativa. Este argumento, que parece convincente (por su aparente realismo), ignora que el Presidente puede ejercer enorme presión a los miembros de su partido para hacerles variar su postura contraria a los deseos de la Casa Blanca. Pero, el punto de decepción y frustración es que Obama no ha ejercido esta presión ni ha movilizado a la población (y muy en especial de los distritos electorales de los miembros demócratas que se oponen a aumentar la carga fiscal de los ricos) para que los presionen. Tal movilización requería un discurso antagónico y conflictivo (que Trumka define como lucha de clases vertical) que está fuera del escenario teórico de Obama. Su énfasis en la lucha de clases horizontal (es decir, que unos sectores de la clase trabajadora absorban los costes de cubrir otro sector sin recurrir a los recursos de los grupos más pudientes) es un error que le puede costar su cargo.

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