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Article publicat per Vicenç Navarro en el diari digital EL PLURAL, 10 de maig de 2010

L’article critica, a més del to insultant utilitzat per Fernando Savater, els arguments que aquest autor utilitza per ridiculitzar els intents de recuperar la Memòria Històrica i permetre l’enjudiciament dels responsables de crims contra la humanitat, crims que Savater considera inexistents, a Espanya o al món.

Tengo que admitir que tengo un nivel bajo de tolerancia hacia autores que hacen del sarcasmo y del insulto el eje de sus discursos. De ahí que no sea un asiduo lector de Fernando Savater. Pero, de vez en cuando, le leo porque es representativo de un amplio sector de la intelectualidad conservadora no perteneciente a la órbita del PP, centrada en Madrid, que reproduce frecuentemente la sabiduría convencional de lo que en España se autodefine como “centro” en el espectro político, pero que en Europa correspondería a la derecha liberal.

Uno de los componentes de tal sabiduría convencional es su supuesto antinacionalismo, y digo supuesto porque lo considero a él profundamente nacionalista, aunque de signo contrario al de los nacionalismos que denuncia y critica (el catalán, el vasco y el gallego). El suyo es el nacionalismo españolista, que dificulta, en la práctica, el desarrollo del resto de identidades nacionales existentes en el estado español. Su deseo es que Cataluña, por ejemplo, se convierta en una región de España, semejante a lo que es la Cataluña francesa en Francia (en que la mayoría de la población catalana, en el país vecino, no sabe, ni siquiera, hablar catalán). Fernando Savater, como muchos otros “anti-nacionalistas”, está intentando imponer su nacionalismo centralista y uniforme a toda España. No es sorprendente, pues, que haya sido uno de los inspiradores del partido de Rosa Díez, un partido cuya principal característica identitaria es su antinacionalismo periférico y su profundo nacionalismo centralista.

Pero lo que motiva mi artículo no es esta incoherencia, sino la incongruencia expresada en su artículo de El País (22.04.10), titulado sarcástica y ofensivamente “Las sectas en pie de guerra”, en el que, con una narrativa predecible, lanza una enorme retahíla de insultos y aseveraciones, los cuales constituyen elementos importantes de la sabiduría convencional de los círculos conservadores y nacionalistas españolistas.

Además de las predecibles aseveraciones de equidistancia en las atrocidades cometidas por los dos lados durante la Guerra Civil Española y equiparar el comunismo con el fascismo (afirmaciones requeridas como indicador de ecuanimidad y equilibrio), concluye que, aún siendo bueno que se ayude a los familiares de los desaparecidos a encontrar a sus muertos y enterrarlos, encuentra mal que se quieran buscar responsabilidades en base al argumento de ser “crímenes contra la humanidad”, pues además de cuestionar la existencia de tal categoría de crímenes en el mundo, cree que la búsqueda de responsabilidades rompe la placidez y concordia que hemos alcanzado en este país, basada en el respeto a la ley de Amnistía, aprobada por los dos bandos del conflicto civil, que nos obliga a no mirar al pasado. Encuentro esta aseveración sorprendente, pues ignora la historia de este país. La Ley de Amnistía fue propuesta por las izquierdas para sacar a los suyos de las cárceles. Alianza Popular no la apoyó. La derecha intenta ahora utilizarla como Ley de Punto Final. Fernando Savater asume, además, que esta supuesta concordia no tiene costes. Pero es fácil demostrar que los tiene. El gran retraso social que tiene España (que se demuestra en los indicadores tan bajos de gasto público social, entre otros indicadores), su enorme fraude fiscal (que deriva primordialmente de las rentas superiores), su bajísima carga fiscal, su escasa cultura democrática y muchos otros indicadores negativos se basan en el enorme poder que los vencedores de la Guerra Civil y sus descendientes tienen en España, y que se resisten a perder. Parte de este poder se materializa en que ha tergiversado la historia de España, resistiéndose a que se corrija. Trivializar el proyecto de recuperar la Memoria Histórica (que debiera titularse, la corrección de la Memoria Histórica), como hace Fernando Savater, es aceptar la historia que se enseña y muestra como válida, siendo ella, precisamente, la que da gran poder a las derechas. Por lo visto Savater también desconoce que no se han podido presentar en las televisiones españolas, hasta muy recientemente, documentales críticos de aquella dictadura y la presentación de sus horrores (como “Els Nens Perduts del Franquisme”).

En cuanto a la supuesta equidistancia en las salvajadas (predeciblemente el punto que siempre aparece cuando se quiere diluir la responsabilidad de las derechas), una mera lectura del número de asesinatos por razones políticas de 1939 a 1978 muestra una ventaja abismal a favor del bando golpista. Es más, los asesinatos cometidos durante el periodo 1936-1939, fueron muchos más los cometidos por el estado fascista que por el estado republicano. Y no digamos ya durante el periodo 1939-1978, a lo largo de la dictadura, en la que prácticamente todos los asesinatos los cometieron los vencedores de aquel conflicto. ¿De qué equidistancia está hablando Savater?
La misma incoherencia se da entre la tan promovida equivalencia entre el comunismo (PCE) y el fascismo (La Falange), incoherencia basada en la misma ignorancia. El comunismo en España (aunque cometió errores que deben denunciarse) ha sido una fuerza política que ha favorecido históricamente la democracia y la expansión de los derechos sociales y laborales. El fascismo ha sido precisamente lo contrario. Y ello es fácil de mostrar.

Una última observación. Sería de desear que los rotativos de mayor difusión del país tuvieran un código de conducta que limitara el número de insultos por artículo. He vivido en muchos países en mi largo exilio y en ninguno se alcanza el nivel de estridencia, sarcasmos y ofensas al adversario como en España. Sería bueno que los medios no contribuyeran a la excesiva tensión existente en la vida política. Es un síntoma característico de los que pasaron el “sarampión” de ser de izquierdas en su juventud, que se pasen el resto de su vida intentando “lavarse” de aquel pasado, a base de un vulgar anti-izquierdismo rentable en una cultura, como la española, que es profundamente conservadora.

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