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Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna «Pensamiento Crítico» en el diario PÚBLICO, 10 de diciembre de 2012

Este artículo señala la necesidad de las fuerzas progresistas españolas de denunciar las propuestas del ministro Wert que diluyen la importancia del catalán en el sistema educativo de Catalunya. Tales medidas son injustas y deben denunciarse. La pasividad ante este ataque traduce un escaso compromiso de la comunidad progresista hacia eliminar cualquier tipo de explotación sea ésta de clase, de género o de nación.

Un socialista tiene que oponerse a cualquier tipo de explotación, sea ésta de clase, de género, de raza o de nación. Ésta ha sido la historia del socialismo. Ser socialista exige una coherencia en los comportamientos. Un socialista no puede, por ejemplo, ser machista y explotar a su mujer. Es una incoherencia y que explica que ha sido parte de la moralidad socialista (es decir, de los valores morales que sostienen tal práctica política) el deber de no sólo dejar de ser machista, sino también luchar en contra del dominio de género. Lo mismo en cuanto a explotación de clase. Un socialista tiene que oponerse a tal tipo de explotación.

Ahora bien, en España parece que hay bastantes socialistas que son insensibles a la necesidad de oponerse contundentemente a la explotación nacional y ello porque en parte se benefician de ella. España, se quiera ver así o no, es objetivamente un país que tiene varias naciones, con su propio idioma, con su propia lengua y su propia cultura e historia. Y una de ellas es Catalunya. Incluso la Constitución, escrita bajo el dominio de fuerzas conservadoras (sucesoras de las que controlaron y se beneficiaron del Estado dictatorial que precedió al establecimiento de la democracia) reconoce tímidamente esta realidad cuando se refiere a nacionalidades, y ello como resultado de la presión ejercida por las fuerzas democráticas. En realidad, la timidez en tal expresión y su escaso desarrollo posterior, es resultado de la limitada democracia existente en España, limitación que se expresa en muchas formas, desde el diseño del sistema electoral, que sistemáticamente favorece a los partidos conservadores, a la falta de referéndums a nivel autonómico y local que permitan a la ciudadanía el poder de decidir sobre temas que tal ciudadanía considere importantes. España es uno de los países donde está menos desarrollada la expresión democrática a base de referéndums.

El dominio conservador en el proceso inmodélico de transición de la dictadura a la democracia así como en la democracia que se estableció, explica tanto la falta de referéndums como expresión popular como el limitado reconocimiento de la plurinacionalidad del Estado español. No es sorprendente que en la última encuesta sobre como la población española ve la Constitución española (el documento que sintetiza las relaciones de poder en el  momento de la transición), los votantes de derechas están más satisfechos con la Constitución y con lo que representa, que los votantes de izquierda, y tampoco es sorprendente que en Catalunya y en el País Vasco, estas diferencias sean incluso más acentuadas. La famosa expresión, constantemente repetida por los defensores de la Constitución, que tal documento fue resultado de un consenso, olvidan (creo que intencionadamente) el enorme desequilibrio de fuerzas en el momento durante la Transición cuando las derechas controlaban el Estado y la gran mayoría de los medios de comunicación, y las izquierdas acababan de salir de la clandestinidad. Es lógico que las derechas consideren sacrosanta aquella Constitución, pero es lamentable que hasta hace sólo unas semanas la izquierda mayoritaria también así la considerara.

La explotación nacional en España

Esta falta de reconocimiento de la plurinacionalidad es una forma de explotación, pues, por ejemplo, aquellos que hablan castellano están en una situación que se beneficia de la debilidad, por ejemplo, del catalán. Su exigencia de que el castellano sea lenguaje paritario con el catalán olvida (creo que también maliciosamente) que el catalán está en una situación mucho más débil, incluso en Catalunya, que el castellano. Según la última encuesta “Sobre los usos lingüísticos de la población en Catalunya” hay más familias en Catalunya que utilizan habitualmente el castellano (53%) que el catalán (43%). De ahí que si Catalunya quiere conservar su identidad, su cultura y su lengua, necesita dar prioridad a la lengua catalana a fin de poder asegurase que no continúen en una forma minoritaria en su propio país. En realidad, la fortaleza del castellano podría hacer desaparecer al catalán. Así ha ocurrido en una parte de Catalunya, que existía en el Sureste de Francia. Si el lector va a Francia, verá banderas catalanas por todo el sureste de Francia. Y en cambio casi nadie habla catalán. Ha sido sustituido por el francés. Soy consciente de que muchos españoles desearían que pasara lo mismo a Catalunya o son indiferentes a que algo semejante ocurriera. Pero hay que recordarles que si ellos se consideran de izquierdas, tal sentimiento es incompatible con la moral socialista (sea ésta socialdemócrata, comunista o anarquista). Que una lengua sustituya a otra, resultado del control del Estado, es un ejemplo claro de explotación.

Confundir socialismo con uniformidad es síntoma de dominio, no de internacionalismo. “Trabajadores del mundo, uníos”, no quiere decir que no se respete la identidad y pluralidad de cada trabajador. Un obrero socialista catalán puede sentir correctamente que tiene más de común como trabajador con un obrero de los otros pueblos y naciones de España que con la burguesía catalana, y sin embargo, tiene el derecho de que se le respete y permita su existencia en catalán. El castellano es una lengua que permite la comunicación, entre españoles pero no puede imponerse o beneficiarse de la debilidad de los otros idiomas nacionales existentes en nuestro país. Y es lo que está ocurriendo con las propuestas de ministro Wert que dejan de considerar el catalán, que es el idioma de Catalunya, como prioritario, permitiendo (cuando no favoreciendo) la dilución de la identidad catalana en Catalunya, que supongo que es lo que en realidad él, y muchos españoles, incluyendo muchos socialistas, desean.

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