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Article publicat per Vicenç Navarro a la columna “Dominio Público” al diari PÚBLICO, 11 de juliol de 2013

Aquest article analitza críticament els dos llibres que Preston ha escrit recentment, un sobre el Rei d’Espanya i l’altre sobre Santiago Carrillo. En aquests llibres idealitza el monarca i demonitza Carrillo. Carrillo va ser un personatge de moltes ombres però també de moltes llums que no apareixen a la biografia de Preston.

Por fin he leído el libro de Paul Preston sobre Santiago Carrillo. Antes de escribir mi opinión sobre el libro siento la necesidad de explicar mi relación con cada uno de ellos. No conozco personalmente a Paul Preston. Conozco su obra, que he utilizado en ocasiones en mi docencia. Si que conocí a Santiago Carrillo.

Comencemos por Paul Preston. Él es, sin lugar a dudas, el hispanista británico que ha escrito con mayor detalle lo ocurrido en España durante la mal llamada Guerra Civil. Su condición de historiador extranjero le dio acceso a fuentes de información vetadas a historiadores españoles. Y esta condición de extranjero le dio también una libertad y seguridad que no tuvieron, y continúan no teniendo, los historiadores españoles. Todo lo que digo no desmerece el gran valor de su trabajo. Pero es importante subrayar y explicar porqué los historiadores que han estudiado con mayor detalle aquel conflicto civil han sido predominantemente extranjeros. Todavía hoy, jóvenes historiadores en España tienen que ir con cuidado con lo que analizan y cómo lo hacen, temerosos de su futuro profesional. No olvidemos que todavía hoy, en España, se ha llevado a los tribunales a un periodista por describir al partido fascista, la Falange, como co-responsable del genocidio contra el pueblo español.

Dicho lo dicho, quiero pues subrayar que las fuerzas democráticas les deben a estos historiadores extranjeros, y muy en especial, a Paul Preston, un voto de gracias. Habiendo aclarado esto, creo que es justo también añadir algunos comentarios sobre el trabajo de Paul Preston, con la esperanza de que los historiadores españoles rellenen algunas páginas vacías de aquella historia contada y hábilmente narrada por Preston. En realidad, la historiografía de Preston es bastante tradicional, fijándose en los grandes personajes y en los grandes eventos. Se me dirá que ello es común en la historiografía actual. Pero que ello sea común no quiere decir que sea suficiente. La mejor historia que he leído de la intervención militar estadounidense en la II Guerra Mundial ha sido la descrita por el escritor estadounidense Studs Terkel, que narra la historia de aquel conflicto desde el punto de vista de los soldados que la realizaron y de la gente normal y corriente que la sufrió. Son precisamente estos desconocidos los que hacen la historia. En este aspecto, he aprendido más de lo que fue la mal llamada Guerra Civil (y la dictadura que la siguió) de la experiencia contada por mis padres y familiares de aquella contienda (todos ellos vencidos en aquella guerra y represaliados por la dictadura) que de los libros de historia. Sería de desear que a la historia formal, enormemente valiosa, de los personajes se le añadiera la historia de la gente llana que la hace. Y de ahí la importancia de que sean españoles, basados en la historia real, de las distintas naciones y pueblos que contiene España, los que escriban también esta otra historia. Hacerlo añadiría el enorme valor de estudiar a los agentes y su contexto, que es lo que le falta a Preston en su análisis de Carrillo.

Lo cual me lleva a la segunda observación sobre Preston: su limitada sensibilidad en la biografía hacia este contexto, lo cual explica lo que puede definirse como su oportunismo. Preston escribió recientemente un libro (Juan Carlos, el Rey de un Pueblo) sobre el Monarca en el que idealizó la figura del Rey, presentando una de las biografías más positivas que se han escrito sobre este personaje. Es sorprendente que el mismo autor del libro El Holocausto Español sea tan positivo hacia el sucesor y defensor del responsable de dicho holocausto. Es más, el libro tiene no solo datos erróneos, sino también silencios significativos.

Pero meses más tarde Paul Preston escribió un libro sobre Carrillo que es, desde la primera a la última página, la demonización de esta figura comunista, presentándolo como enormemente ambicioso y capaz de traicionar a todos sus amigos a fin de alcanzar el puesto de máximo poder. Y el libro es la mera narrativa de “traiciones” a sus amigos y compañeros del Partido Comunista. El contraste entre la biografía del Rey y la de Carrillo no puede ser más acentuado. Queda claro en el libro sobre Carrillo que el autor lo detesta, estereotipando la figura de un dirigente comunista que, típicamente, no se detendrá ante nada para conseguir su poder personal.

Para las generaciones que perdieron la Guerra y para las que sufrimos la represión y la transición nos cuesta aceptar esta doble imagen que presenta Preston sobre el Rey y sobre Santiago Carrillo. Parece obvio que el Rey fue enormemente ambicioso, que traicionó a sus amigos y parientes, todo con el objetivo de mantener su poder, habiendo dirigido una transición claramente inmodélica que nos llevó a una democracia muy incompleta, con escasísima conciencia social, con una resistencia al reconocimiento de la plurinacionalidad del Estado español, y a un enorme subdesarrollo social, cultural y político. Por mera objetividad, Preston debería haber sido mucho más crítico con la figura del Rey. Y lo mismo en cuanto a Carrillo, aunque al revés. Carrillo tuvo sombras, pero también luces que no aparecen en este libro.

La demonización de Santiago Carrillo

Conocí a Santiago Carrillo a través de Manolo Azcárate, la persona encargada dentro del PCE de relaciones internacionales, con el cual colaboré, entre otros eventos, en preparar la visita de Carrillo a EEUU, la primera visita que un dirigente eurocomunista hizo a Washington. Manolo Azcárate fue una de las personas que conocí en la resistencia antifranquista que me impresionó más, por su integridad, compromiso, percepción de lo que necesitaba España, honestidad y coraje. Y fue Manolo quien me pidió que les ayudara a organizar la visita de Santiago Carrillo a EEUU, lo cual hice. Estando en EEUU ayudé tanto al Partido Comunista como al Socialista, durante y después de la clandestinidad. Fue a partir de entonces, del encargo de Manolo, que conocí a Santiago Carrillo, con el cual establecí una relación de amistad que quedó deteriorada cuando critiqué la transición (escrita por primera vez en Bienestar Insuficiente, Democracia Incompleta. Sobre lo que no se habla en nuestro país), mostrando que distó mucho de ser modélica, lo cual desagradó profundamente a Santiago Carrillo y a sus colaboradores.

Santiago Carrillo no fue el demonio que Preston describe. Preston le acusa incluso de servilismo ante el poder, y de ser un oportunista en extremo carente de principios. No estoy de acuerdo con ello, al menos en la parte que yo vi y viví. Estuve presente en la entrevista que tuvo con la dirección del Departamento de Estado de EEUU, actuando, a petición de Carrillo, como su traductor. Y puedo dar fe que, frente al Departamento de EEUU, fue igual de crítico con la política del gobierno federal que con la de la Unión Soviética, sabiendo de antemano que los funcionarios del gobierno federal no esperaban ni deseaban una crítica de él.

Estos y otros hechos que algún día explicaré no encajan con la visión que transmite Preston. Carrillo tenía defectos, y graves, siendo su falta de cultura democrática uno de ellos. Pero, a pesar de mis desacuerdos, Carrillo hizo lo que creía mejor para la clase trabajadora española, anteponiendo ello a todo lo demás. Se puede criticar su estrategia en la transición: yo lo he hecho. Pero él y el partido que lideró han hecho mucho, mucho más por la democracia que el Rey de España, al revés de lo que Preston, en un rechazable oportunismo, declaró.

Ver las luchas internas dentro de la dirección del Partido Comunista como mera lucha por el poder personal, sin analizar el contexto, es profundamente erróneo. Yo simpatice con la postura de Manuel Azcárate en la disputa que llevó a su rotura. Pero no puede interpretarse aquella lucha como una lucha para conseguir más poder o para aferrarse al sillón. Y un tanto igual en su lucha con Jorge Semprun. En realidad, la enorme decepción de Semprun como Ministro de Cultura (es extraordinaria la falta de sensibilidad de Semprun como Ministro hacia la necesidad de recuperar la memoria histórica –por muchos libros que hubiera escrito antes-) era previsible y explicaría en parte los encontronazos que tuvieron Carrillo y él.

Pero la historia de Carrillo no puede ser la lista de “traiciones”. La historia de Carrillo es, repito, con sus luces y sombras, la historia del Partido Comunista, que es mucho más interesante que la historia que ha preparado Preston. Es más, los actos personales de Carrillo deben entenderse dentro del contexto que lo configuró. Y en este contexto hubiera sido más interesante analizar la relación de Carrillo con los militantes del Partido Comunista, que como ha ocurrido en la mayoría de los países bajo dictaduras fascistas o fascistoides, han sido siempre los individuos con mayor dedicación y compromiso en la lucha contra tales dictaduras. Esta dedicación, heroica en la gran mayoría de casos, les hace también vulnerables a su posible manipulación. Y aunque hubo mucho de ello, también es cierto que para muchos militantes de PCE Carrillo fue el que articuló bien su lucha y sus compromisos. De todo esto, que es lo que hubiera hecho su biografía interesante, Preston no dice nada. ¡Qué lástima!

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