Publicado en el periódico digital EL PLURAL, 16 enero 2009
Una de las realidades que me sorprendió más al llegar a EE.UU. en el año 1965, fueron las enormes tensiones raciales existentes en aquel país, que sufrí personalmente. En Baltimore, una de las ciudades más industriales del este de EE.UU., entre Washington y Philadelphia, los ciudadanos negros no podían ir a restaurantes o bares de blancos. Una vez intenté ir a un restaurante con una colaboradora afroamericana, y no nos permitieron entrar en el restaurante. Aquella y otras experiencias semejantes me motivaron a colaborar activamente con el movimiento de derechos civiles, llamado Rainbow Coalition, liderado por Jesse Jackson Senior, el sucesor de Martin Luther King, siendo su asesor en las primarias del Partido Demócrata del 1984 y del 1988. La lucha por el desarrollo de los derechos de los ciudadanos afroamericanos ha sido larga y dura en EE.UU. De ahí la enorme alegría, que comparto con millones de estadounidense, de ver a un afroamericano convertirse ahora en Presidente. Otra causa de esta gran alegría es que el día que el Presidente Obama será inaugurado, será el último día del mandato del Presidente Bush, el Presidente más próximo al mundo de las grandes empresas petrolíferas y militares que ha existido en aquel país y uno de los más impopulares de los muchos que aquel país ha tenido.
Motivos de alegría, por lo tanto, son muchos. Ahora bien, habiendo dicho esto, tengo que añadir que me preocupa enormemente la idealización que se ha estado haciendo en España del sistema político estadounidense y de su sistema electoral, definido como modélico por la gran mayoría de articulistas de la prensa más importante de nuestro país. Un ejemplo más de ello es como se están presentando al público español las fiestas que se realizan en Washington para celebrar la inauguración del Presidente Obama Aún cuando tales medios informan con gran detalle las festividades que tendrán lugar en Washington, ningún medio ha señalado el origen de los fondos que se gastarán en tales fechas. Tales medios ignoran, una vez más, las consecuencias de la privatización del sistema electoral y político del país, incluyendo el de las ceremonias de la inauguración. El Presidente electo Obama, que consiguió durante la campaña electoral la cantidad sin precedentes de 745 millones de dólares (según el New York Times, 06.01.09, sólo una cuarta parte fueron de donaciones de menos de 200 dólares) está ahora deseando alcanzar 44 millones para pagar los bailes de la inauguración (la cifra más alta que se haya nunca conseguido; Bush hijo consiguió 42 millones). Tales fondos son en su gran mayoría privados y proceden de donaciones de 25.000 a 50.000 dólares cada una, donadas por personas predominantemente del mundo financiero (George Soros y su familia han donado 250.000 dólares) y empresarial (los directores de Microsoft han dado 300.000 dólares cada uno, y los de Google 150.000 dólares). Como indica Craig Colman, dirigente del grupo de Public Citizen, uno de los centros de análisis electorales de EE.UU. de mayor credibilidad, “lo que obtienen con estas contribuciones es la oportunidad de influenciar el gobierno federal o posibilitar contratos con tal gobierno”. Habrá dieciséis fiestas en total, de las cuales sólo una estará abierta al público. Las demás requieren invitación de los organizadores de cada baile, y patrocinadas por los distintos grupos de interés y colectivos, así como distintos sectores de gobierno (como por ejemplo, el baile de las Fuerzas Armadas).
Así es como funciona el sistema estadounidense. Y naturalmente, es un sistema que como he mostrado en otros artículos, discrimina a las izquierdas (ver Navarro, V. La situación política en EE.UU. Anagrama. 2008). Es muy difícil, por no decir imposible, que una persona de centro-izquierda o izquierda salga elegido Presidente de EE.UU. La financiación privada del sistema electoral lo imposibilita. Lo cual no quiere decir que la elección del Presidente Obama no abra posibilidades para las izquierdas. Los sindicatos, que son las fuerzas que han presionado más por la expansión del reducido estado del bienestar en EE.UU., tienen, en general, mayor influencia en las Administraciones Demócratas que en las Republicanas. Y la nueva Ministra de Trabajo, Hilda l. Solis, hija de padre y madre inmigrantes y sindicalistas, y ella misma activa sindicalista, es una persona claramente de izquierdas, que apoya la campaña de reforzar los sindicatos a través de una ley que facilitaría, en caso de ser aprobada, la sindicalización a la fuerza laboral, medida muy popular a nivel de la población (68% de la población la apoya) pero que encontrará grandes resistencias debido a la oposición del mundo empresarial que ha financiado gran parte de las campañas electorales de los políticos miembros del Comité del Congreso que tiene que aprobar tal Ley. Por otra parte, la influencia de los sindicatos es menor en las áreas económicas donde el equipo que dirigirá las políticas económicas del gobierno Obama es liberal (en el sentido europeo de la palabra) aun cuando la extensión y profundidad de la crisis les está forzando a tomar medidas claramente keynesianas. Un tanto semejante ocurre con su equipo de política exterior, un equipo continuista de la política exterior del Presidente Clinton, que se caracteriza por su apoyo incondicional a Israel, y ello a pesar de que el 54% de la población estadounidense no apoya tales políticas y considera que el gobierno federal es excesivamente pro-Israel y debiera ser neutral en el conflicto israelí-palestino.
En Estados Unidos hay una clara distancia entre lo que la población desea y lo que recibe del gobierno. Veremos cómo se modifica esta distancia durante la Presidencia Obama. Mientras, sería de desear que los medios intenten ser más medios de información que de persuasión.