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Article publicat per Vicenç Navarro a la columna “Dominio Público” al diari PÚBLICO, 31 de juliol de 2014.

Aquest article assenyala la necessitat d’analitzar la música dins del context polític que la configura, assenyalant la manca de músiques populars que estimulin i facilitin un sentiment solidari entre les classes populars.

En artículos anteriores he acentuado la sorpresa que me produce la falta de canciones en las manifestaciones que hay en España contra las políticas impopulares impuestas por los partidos gobernantes. A lo largo de mi vida he tenido que vivir en varios países (Suecia, Reino Unido y EEUU), participando frecuentemente en movilizaciones que exigían derechos sociales, políticos y laborales. En todas ellas, los participantes cantaban canciones que celebraban situaciones o eventos que habían inspirado luchas anteriores, estableciendo así una línea de continuidad con causas anteriores. Es más, al cantar conjuntamente, la multitud establecía un sentimiento de solidaridad y de sentir colectivo, hermanándose a través de la emotividad. En España, en cambio, no hay canciones en las movilizaciones. En su lugar, hay pitidos y silbidos que parecen estar encaminados a hacer ruido, algunos francamente desagradables incluso para los propios manifestantes.

Estas notas introductorias sirven como prólogo a los comentarios que me sugiere el libro Venceremos, escrito por Gabriel San Román, sobre la canción como arma política, refiriéndose a la experiencia chilena. Uno de los mayores privilegios que he tenido en mi vida fue asesorar (en sus reformas del sistema sanitario) al gobierno de la Unidad Popular presidido por el Presidente Allende. De ahí que siempre haya tenido una atención especial hacia lo ocurrido en aquel país.

La experiencia de la Nueva Canción chilena

En el libro, San Román señala la importancia que las canciones populares tuvieron para mantener una cultura de compromiso y militancia que llevó a la victoria de la Unidad Popular. En realidad, la Nueva Canción, enraizada en la vieja canción chilena, tuvo un enorme impacto, no solo en Chile, sino en todo el continente latinoamericano. Esta Nueva Canción fue iniciada por cantautores como Violeta Parra (1917-1967), que viajaron por todo Chile, incluyendo las partes más remotas del país, recogiendo las canciones populares fruto de las luchas constantes del campesinado y del movimiento obrero frente a la continua opresión. Aquellas canciones reflejaban un sentimiento de dedicación y compromiso, como parte de un sueño que los pueblos deseaban, luchando para que se convirtiera en realidad. Eran unos cantos al amor, a la esperanza, a la solidaridad y a la libertad.

Esta búsqueda y elaboración de las canciones enraizadas en la cultura popular ocurrió en los años 50 y 60, estimulada en esta última década por el deseo de contrarrestar la invasión de Elvis Presley y The Beatles en América Latina, procedentes de EEUU y de Europa. Era necesario y urgente –dice San Román- que se desarrollase una canción identitaria que contrarrestara la invasión anglosajona. Así surgieron Inti-Illimani y Quilapayún, que se extendieron por toda América Latina y por el mundo. Era una música comprometida, revolucionaria, no solo en el estilo, sino en su contenido y en su contexto.

La importancia de desarrollar una cultura musical propia y alternativa

Fue en los años setenta cuando la Nueva Canción se convirtió en el lazo que unía a socialistas, comunistas y cristianos de izquierda en Chile, alianza que jugó un papel clave en la victoria del gobierno de la Unidad Popular. Víctor Jara fue su cantautor principal. Y el gobierno se sintió completamente identificado con esta cultura. En realidad, era un producto de ella. El fortalecimiento de las clases populares significó una gran amenaza para las fuerzas reaccionarias que controlaban el país. Y la Nueva Canción era claramente su enemigo. De ahí su brutal represión, asesinando a sus máximos exponentes, como el propio Víctor Jara. Y la dictadura comenzó con su brutal y sangrienta campaña de intento de eliminación –como ocurrió en España- de las izquierdas y fuerzas progresistas.

Lo que es interesante es que esta Nueva Canción se convirtió, de nuevo, en el intento de recuperar la memoria histórica, de una manera espontánea, a nivel popular, que apareció sin apoyo gubernamental, cuando la dictadura terminó. En España, los gobiernos democráticos han abandonado también cualquier intento de recuperar la cultura republicana y la cultura popular, que existieron también durante la resistencia antifascista. El desinterés en esta recuperación por parte de los distintos gobiernos, incluyendo sus Ministros de Cultura (Jorge Semprún inclusive), es escandaloso. Y así estamos. En las marchas reivindicativas, pitidos y más pitidos, y ninguna canción. En realidad, dicha cultura es menospreciada, viéndose como “política” y/o “ideológica”. Y mientras, las canciones de distracción e irrelevancia dominan el panorama musical del país.

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