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Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Pensamiento Crítico” en el diario PÚBLICO, 2 de septiembre de 2015.

Este artículo es una respuesta de un catalán no independentista, que se considera también español y que considera la famosa carta de Felipe González a los catalanes como injusta y un profundo error. La postura de Felipe González reproduce el punto de vista del establishment político-mediático basado en la capital del Reino que no comprende qué está pasando en Cataluña. Por desgracia, la carta ayuda a la radicalización y movilización del movimiento independentista, cuya identificación con el nazismo y fascismo es profundamente ofensiva a cualquier persona democrática en Cataluña y en España.

El ex presidente del Gobierno español, el Sr. Felipe González, escribió este pasado domingo, 30 de agosto, una carta abierta a los catalanes en el diario El País, en la que alentaba a la población que vive en Cataluña a desoir la propuesta del Presidente de la Generalitat de Catalunya de que Cataluña se separe de España. La mayoría de los argumentos que utiliza Felipe González en este artículo han sido utilizados extensamente por la mayoría de las voces anti secesionistas en España, alertando a Cataluña de los enormes daños que tal separación le acarrearía, convirtiéndola, nada menos, “en la Albania del siglo XXI”. Termina su artículo con apelaciones a la ley (que él escribe en mayúsculas, LEY, para enfatizar el imperativo de respetar la ley, y la Constitución que pactamos entre todos, frase que se reproduce también con gran frecuencia en el argumentario oficial del país). Tal carta se inicia ya en la primera página de El País, dándole gran preeminencia e indicando con ello que representa la postura de lo que en la cultura anglosajona se definiría como el establishment político-mediático español establecido en la capital del Reino (que es distinto y tiene poco que ver con el Madrid popular con el que erróneamente se confunde en las proclamas de los nacionalistas a ambos del Ebro), y que reproduce tal rotativo.

Con el respeto que le tengo al ex presidente del Gobierno español, el Sr. Felipe González, tengo que subrayar que tal carta representa una incomprensión de lo que está ocurriendo hoy en Cataluña, incomprensión muy común en tal establishment, y que requiere una respuesta de un catalán que se siente español – como es mi caso – y que votaría en contra de la secesión de Cataluña de España, en el caso de que el pueblo catalán pudiera expresar libremente, en condiciones auténticamente democráticas sus preferencias y deseos (posibilidad negada precisamente por tal establishment, del cual la dirección del PSOE es parte). En realidad, el propio Sr. Felipe González y el PSOE se han opuesto a la realización de esta consulta popular en Cataluña desde que se estableció la democracia.

Pero hay que recordar que no siempre fue así en el PSOE. El Sr. Felipe González debiera recordar – como recordamos los que vivimos en el periodo de clandestinidad, luchando contra la dictadura en los años cincuenta, sesenta y setenta – que el PSOE reconoció en su día la pluralidad del estado español, hasta tal punto de incluso admitir para Cataluña el derecho de autodeterminación. Ahí están los documentos escritos de manera clara y precisa por el PSOE durante la clandestinidad, indicando que Cataluña tendría que tener, en una España democrática, el derecho de autodeterminación, que no es ni más ni menos que el derecho a decidir por parte del pueblo catalán sobre su futuro, incluyendo su relación con el estado español. Tal derecho es ampliamente apoyado por la mayoría de la población que vive en Cataluña. Según las encuestas, el 80% de tal población desea ser consultada y decidir sobre el tipo de articulación que desea tener con el estado español. Derecho a decidir incluye, por definición, derecho a escoger, y una de las alternativas en esta decisión sería naturalmente la separación de Cataluña con España. Las encuestas señalan, sin embargo, que la mayoría de catalanes no escogería esta alternativa. Pero es precisamente esta oposición del estado español a que se reconozca a Cataluña como una nación – con derecho a decidir – lo que está disparando exponencialmente el deseo de separación. Intentar parar este crecimiento, mediante el miedo, como hace Felipe González, no ayuda a revertir este fenómeno, sino que, al contrario, contribuye a su expansión. En el mundo de los sentimientos, ofendiendo la dignidad de la ciudadanía que es independentista o simpatiza con la causa de la secesión, homologándola al nazismo o fascismo, es un profundo error, además de ser una ofensa a todo catalán y a todo español con sensibilidad democrática. El movimiento independentista ha sido, en Cataluña, democrático y no violento, e insultarlo con tal ecuación es profundamente antidemocrático. Seguro que el Sr. Felipe González no intentaba lo que así aparece en su texto. Pero en la manera como está escrito parece llegar a esa conclusión que, naturalmente, ha sido de nuevo utilizada en contra suya por parte de los portavoces de aquel movimiento.

Por otra parte, no hay que confundir desobediencia civil con comportamiento antidemocrático, tal como hace el Sr. Felipe González cuando apela constantemente a la LEY y a la CONSTITUCIÓN, como base de su autoridad moral para definir un acto como democrático. Tal llamada a la LEY pierde incluso gran parte de su efecto, pues hemos visto durante estos años, y muy en particular durante los del gobierno del Partido Popular, el relativismo con que tanto la Ley como la Constitución se han ido aplicando en Cataluña y en el resto de España. La historia de la democracia en cualquier país, incluyendo la de España, está llena de ejemplos de que la desobediencia civil es necesaria para presionar y mejorar la democracia.

Las raíces del Problema: la oposición a reconocer la plurinacionalidad del estado español

Por regla general, el establishment político- mediático español considera la Transición de la dictadura a la democracia como modélica. Los Santos Juliá de este país han promovido esta visión a través de los mayores medios de información (tanto en Madrid como en Barcelona, por cierto). Pero los testarudos datos muestran claramente que de modélica, tal Transición tuvo muy poco. El contexto político en el que la Transición se desarrolló no daba para más, y no permitía que fuera modélica. Las derechas (mejor dicho ultraderechas, según el abanico político europeo) tenían un enorme poder sobre el aparato del estado y sobre la gran mayoría de los medios de comunicación. Las fuerzas democráticas (lideradas por las izquierdas) por el contrario, acababan de salir de la clandestinidad. ¿Cómo podría darse una Transición democrática ejemplar en estas condiciones de enorme desequilibrio de fuerzas?

El análisis del producto de esta Transición muestra, precisamente, lo inmodélico de aquel proceso de transición de una dictadura a una democracia. El resultado final, el estado “democrático”, no respetó la plurinacionalidad del estado español, asignando además al Ejército la misión de garantizar la unidad de España (asumiendo, con ello, que la Unión se debía mantener por la fuerza, no por el consenso y ejercicio democrático). En realidad, las estructuras del estado fueron una continuidad y no una ruptura con el estado anterior. Ni qué decir tiene que cambios importantes ocurrieron (y el gobierno del Sr. Felipe González contribuyó en gran manera a que ocurrieran). Pero los problemas fundamentales del país no se resolvieron. Uno de ellos fue el enorme retraso social de España, que ha tenido como consecuencia que incluso hoy el gasto público social por habitante continúe siendo de los más bajos de la UE-15, el grupo de países de semejante nivel de desarrollo económico de España. Ello ha sido resultado del enorme dominio que las derechas han continuado teniendo sobre el estado español (y sobre la Generalitat de Catalunya, donde el 80% del periodo democrático ha estado gobernada por el partido dirigido por el Sr. Mas). Otro es la bajísima calidad de la democracia española, con escasísimas posibilidades de participación ciudadana en el proceso democrático.

Y otro más es la enormemente limitada diversidad ideológica en los medios (muestra de lo cual es que este artículo no pueda aparecer en El País o en ningún otro mayor medio de difusión del país). También, otra consecuencia del dominio de las derechas en la Transición inmodélica fue el no reconocimiento de la plurinacionalidad del estado español. En realidad, el establecimiento de la España de las autonomías era una manera de negar tal plurinacionalidad. El “café para todos” era una manera de negar la especificidad de Cataluña, especificidad que es distinta, como maliciosamente se presenta, a sentirse superior o a adquirir privilegios especiales).

Las instituciones democráticas catalanas han seguido, hasta ahora, todos los pasos que democráticamente debieran hacerse según la LEY. El Sr. Felipe González recordará que fue, no durante el gobierno del Sr. Pujol o del Sr. Mas, sino durante el gobierno del socialista Pascual Maragall, cuando el Parlament de Catalunya hizo una propuesta para que se respetara tal especificidad, mediante la aprobación del Estatuto de Catalunya, por el Parlament de Catalunya, que fue también aprobado, después de ser “cepillado” por las Cortes Españolas, y más tarde refrendado por Cataluña. En cambio, el reconocimiento de Cataluña como nación (tema altamente emotivo) no fue aprobado por el Tribunal Constitucional, con el consiguiente silencio del gobierno Zapatero. ¿Qué espacio se le deja a Cataluña ahora, frente a un estado, cuyo gobierno, el PP (el heredero de las derechas que controlaban el estado dictatorial) ha liderado la oposición del estado español en el reconocimiento de la especificidad catalana?

En realidad, el PP es la mayor fábrica de independentistas. Como astutamente decía la Sra. Rigau, la Consejera de Educación del gobierno Mas, “nosotros hacemos catalanistas y el PP los hace independentistas”. La torpeza del gobierno Rajoy, en su intento de solucionar lo que llaman “el problema catalán”, no tiene límites. Creer que tal problema (que no es “el problema catalán” sino el problema español) puede resolverse a base de mayor represión, es de no entender nada de lo que pasa en Cataluña. En realidad, están haciendo del Sr. Mas un “héroe” y “un mártir” que el partido gobernante en la Generalitat utiliza hábilmente.

En realidad, no hay plena consciencia en el resto de España de que el PP es un partido muy minoritario en Cataluña. Es de los que gobierna menos municipios en Cataluña. De ahí que no se entienda en España el agotamiento que produce en Cataluña haber estado gobernada durante muchos años, a nivel del estado central, por un partido sumamente minoritario en Cataluña, que tiene poquísimo apoyo popular. ¿No cree el Sr. Felipe González que esta es una de las causas de que muchos catalanes (el 42%) deseen irse del estado español? El comportamiento del PSOE no les invita mucho a reconsiderar su preferencia. Ha sido por influencia del PSOE que el PSC haya decidido aparcar su compromiso con el derecho a decidir, convirtiéndose en la fracción del PSOE en Cataluña. ¿Es esto lo que la dirección del PSOE y el Sr. Felipe González desean?

¿Por qué tanta resistencia a aceptar la plurinacionalidad?

La respuesta a esta pregunta es fácil de entender, aunque el lector nunca la leerá en El País o en cualquier otro gran rotativo en España. La aceptación de la plurinacionalidad implicaría un cambio profundo del estado, que pasaría por una pérdida de privilegios y poder de este establishment político-mediático de Madrid (que repito, es distinto del Madrid popular). Y ahí está el meollo de la cuestión. Hoy, España ha mantenido una configuración radial, que ha perjudicado seriamente a lo que ellos llaman la periferia. También, su dominio cultural y mediático ha constreñido y limitado a los otros pueblos y naciones con este enorme conservadurismo propio del estado español, que es la causa del sub desarrollo social y el sub desarrollo de la diversidad plurinacional en este país.

De ahí que una de las novedades más positivas de lo que ha estado ocurriendo en España (y que el Sr. González no cita) sea el surgimiento de movimientos sociales, políticos e identitarios que están protestando contra las políticas de austeridad impuestas por el estado bipartidista que, a su vez, están redefiniendo España. Lo que ha ocurrido en Galicia, en Valencia, en las Islas Baleares, en partes de Andalucía, en Madrid (y un largo etcétera) es un indicador de esta situación. Lo que es excepcional en Cataluña es que el movimiento identitario hoy esté hegemonizado, no por las izquierdas como está ocurriendo en otras partes de España, sino por las derechas, es decir el gobierno Mas, que lo ha estado instrumentalizando para ocultar sus políticas de austeridad, es decir, por el partido gobernante.

Frente a esta respuesta, las izquierdas catalanas no pueden ignorar o dejar aparte el tema nacional, para centrarse exclusivamente en el tema social (donde la derecha es tan vulnerable). Las izquierdas deben también cuestionar el supuesto “patriotismo” de las derechas, mostrando que sus alianzas en los temas fiscales y económicos con la derecha española han perjudicado enormemente el bienestar y la calidad de vida de las clases populares de Cataluña, que son la mayoría del pueblo catalán. No puede presentarse una fuerza política defendiendo Cataluña y, a la vez, perjudicar a su pueblo. Ahí está el reto de las izquierdas. Denunciar y reemplazar a las derechas catalanas que han gobernado la gran mayoría del periodo democrático en Cataluña, corregir su enorme déficit social, transformar profundamente la democracia en Cataluña, con la introducción y expansión del derecho a decidir en todos los temas que afectan al pueblo catalán y contribuyendo, con los otros pueblos y naciones de España, en redefinirla. Las semillas para el florecimiento de esta posibilidad se están ya creando en España. La mejor ayuda que las izquierdas españolas no catalanas pueden ofrecer a las fuerzas progresistas en Cataluña es cambiar España y el régimen establecido en la primera Transición para que pueda surgir la otra España. La carta de Felipe González, por desgracia, no va en este camino. En realidad, dificulta, no solo la transformación de Cataluña, sino también la de España. En el contenido de su carta, y en el tono y estilo escogidos, ha contribuido a la movilización y radicalización del movimiento independentista, tal como ha estado haciendo el gobierno Rajoy.

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