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Aquesta Carta al Director enviada a la revista Rebelión expressa una crítica a un article escrit per Luis W. Sevilla que és poc respectuós amb les persones de la tercera edat a Espanya. 11 de gener de 2011.

Considero de gran valía la revista digital Rebelión. La considero una de las más interesantes que hoy existen en la bibliografía de habla hispánica. Encuentro muchos de sus artículos de gran interés, pero me molesta que todavía aparezcan signos de discriminación por raza, sexo o edad, en sus artículos. En uno reciente, publicado por Luis W. Sevilla, titulado “La traición al pueblo encubierta mediante descalificaciones” (02.01.12), el autor hace una observación sobre mi persona que considero innecesaria y que (seguro inconscientemente) reproduce una nota condescendiente hacia mí, que no agradezco. Me explico.

En el artículo el Sr. Sevilla describe la reacción generalmente antagónica de muchos intelectuales al movimiento 15-M. Y, señala a la vez, las pocas voces en su defensa entre las que me incluye a mí. Hasta aquí ninguna objeción. Antes al contrario. Es de agradecer que se reconozca la labor en defensa del movimiento 15-M. Pero para referirse a mi persona, escoge la expresión “otro anciano de 74 años”, expresión que considero ofensiva. Sé que no es la intención del autor ser ofensivo, pero tiene que ser consciente de que lo es, reproduciendo una cultura altamente discriminatoria hacia las personas de avanzada edad. Supongo que tal autor se sentiría molesto si me refiriera a él como “otro joven”, indicando en el tono una actitud condescendiente. La edad de los que escriben sobre el movimiento 15-M no tiene nada que ver con el tema. De ahí que tenía que haberse referido a mí sin más, sin adjetivo o definición etaria.

En España hay una discriminación brutal (repito, brutal) en contra de las personas de edad. Incluso se reproduce a nivel popular: la expresión “abuelo” es enormemente ofensiva, aunque, en teoría, aparenta ser muy cariñosa. Como ocurre en la discriminación en contra de la mujer, tal discriminación se presenta y viste siempre de seda, aparentando una gran amabilidad. Y lo mismo ocurre con las personas de edad. Siempre recordaré la enorme dignidad de mi padre, una persona profundamente anti-fascista hasta el último día de su vida, a los 94 años, que cuando alguien le saludaba con la expresión “¿qué tal, abuelo?”, respondía con enfado y con gran dignidad. “Mire, yo no soy su abuelo ni deseo serlo. Llámeme Don Vicente”. Pues bien, Sr. Sevilla, llámeme Don Vicente, o Don Vicenç, y no “un anciano de 74 años”.

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